La
barista preparaba la carga de la máquina para preparar un café
expreso. La joven muchacha, ataviada con un ajustado y corto vestido
que dejaba ver por completo sus largas piernas, tenía ese trabajo de
medio tiempo para poder ayudar económicamente a su familia a costear
la carrera que estudiaba en horario nocturno. La joven era cuidadosa
para interactuar con los clientes, pues desde pequeña sufrió
episodios de acoso callejero por su temprano y acelerado desarrollo
físico. Ahora con veintidós años ya sabía cómo mantener a raya a
quienes intentaban pasar el límite que ella se había impuesto al
cumplir los dieciocho.
A
mediodía apareció en el café un joven mal agestado, cubierto de
tatuajes de pies a cabeza, de voz baja y suave y actitud temerosa.
Luego de pasar por la caja y pagar un café, se dirigió a la barra y
le entregó el vale a la muchacha, quien de inmediato empezó a
cargar nuevamente la máquina para cumplir el pedido. El joven miraba
hacia el suelo en espera de su café; mientras la muchacha lo
observaba con curiosidad; el joven no cumplía con el perfil de los
clientes del café, se notaba fuera de lugar y parecía sentirse
incómodo en el sitio. Una vez lista la preparación la muchacha
colocó la taza de café frente al joven, quien sin levantar la
cabeza empezó a beber en silencio.
Cinco
minutos más tarde el joven aún bebía su café. En ese instante
entró al café un hombre alto y corpulento, de voz gruesa y potente;
el hombre se dirigió a la caja y prepotentemente ordenó un café.
En cuanto le pasaron el vale se dirigió donde la muchacha empezando
a molestarla y a insistir en salir con ella al terminar su turno. La
joven no lo tomó en cuenta y siguió con su trabajo, mientras el
tipo seguía insistiendo. De pronto el joven tatuado se puso de pie,
pidiéndole al hombre que dejara de molestar; el tipo lo miró de
pies a cabeza, soltó un par de palabrotas para luego darle un
puñetazo en la cara que terminó con el muchacho en el suelo y con
la nariz rota. La muchacha intentó detener al hombre, pero éste
sacó de entre sus ropas una pistola, disparando en dos ocasiones al
joven tatuado, para luego huir del lugar.
La
muchacha consternada pasó la barra para ver cómo estaba el joven.
El muchacho por primera vez miró a la joven, quien sintió un
extraño escalofrío mientras lo veía desangrarse. La joven entonces
empezó a mirar con detención los tatuajes del moribundo, y de hecho
le parecieron familiares; de pronto un recuerdo de su infancia vino a
su mente. Su padre había muerto cuando ella tenía cuatro años en
un accidente de motocicleta; al igual que el muchacho herido estaba
tatuado. Los tatuajes del joven eran idénticos a los de su padre;
justo antes de expirar, el joven le regaló a la muchacha una sonrisa
mientras sus labios murmuraban “sigue viviendo hija querida..."