El
joven secretario estaba algo desconcertado. Luego de una licencia
médica por una semana por un incómodo cuadro digestivo que lo tuvo
cinco días casi viviendo en el baño, había vuelto al trabajo para
ponerse al día con sus labores. Esa mañana había encontrado en su
escritorio una hoja de papel en donde habían escrito la palabra
“urgente” con destacador para que él la digitara, pues estaba
escrita a mano. Sin pensarlo mucho el secretario encendió el
computador y empezó a transcribir el documento, que estaba escrito
con una letra manuscrita completamente clara y legible, por lo que no
debería ponerse de pie a cada rato para pedir que le explicaran tal
o cual palabra; eso al menos creía cuando empezó con su trabajo.
El
secretario transcribía rápidamente el documento. De pronto se
encontró con un párrafo igual de legible que el resto del
documento, pero con palabras que parecían sacadas de un texto en
latín, castellano antiguo, o alguna lengua en desuso. Pese a lo
incomprensible del texto, era tal la calidad de la letra que no había
duda de lo que decía cada palabra; el joven pensó un par de minutos
en pararse a hablar con su jefa para tratar de entender lo que había
querido decir, pero como ese no era su trabajo sino digitar,
simplemente se concentró en cumplir con su cometido: digitar lo que
fuera que su jefa hubiera querido decir.
Terminado
el texto de tres carillas, el joven se dispuso a leer el documento
para tratar de entender qué era lo que había transcrito. El texto
parecía una fábula medieval o una historia ambientada en aquella
época, que de pronto y de la nada empezaba a describirse en ese
extraño idioma. Sin pensarlo dos veces el joven empezó a leer en
voz alta las palabras tal como se leían, a ver si de ese modo era
capaz de entender algo.
El
joven secretario estaba algo desconcertado. Al terminar de leer el
párrafo en el extraño idioma una suerte de mareo se apoderó de su
cabeza; en cuanto volvió en sí se encontró sentado en su silla,
sin escritorio ni computador, y en una especia de planicie soleada
donde no se escuchaba nada. El joven creyó entender que el texto era
una especie de fórmula que lo había hipnotizado, y ahora estaba
pasando por una suerte de sueño vívido. De pronto una especie de
temblor se empezó a sentir; el joven se puso de pie mientras el
temblor y el ruido subterráneo aumentaban a cada segundo. Tras
escuchar unos gritos ensordecedores, vio como a cada lado de su silla
aparecían jinetes a caballo armados gritando desaforadamente; los
jinetes no alcanzaron a verlo, y el joven terminó aplastado bajo los
cascos de los caballos de ambos ejércitos rivales. En su oficina
todo seguía un curso normal, salvo por la ausencia de su silla. En
la oficina de su jefa la mujer sonreía pensando en la venganza
contra su secretario, del que estaba perdidamente enamorada, y
cometió el error de rechazar a una bruja.