El
detective privado iba en su viejo auto haciendo un seguimiento. Un
viejo empresario del entretenimiento salía con una modelo de veinte
años menos, de la cual sospechaba que lo estaba engañando. Luego de
pagarle en billetes dos meses completos con tal de lograr dedicación
exclusiva y resultados rápidos, el detective se había abocado con
todos sus conocimientos, mañas y contactos a seguir a la joven mujer
y obtener la información que dejara satisfecho a su cliente.
Esa
tarde la joven mujer le había dicho al viejo empresario que su madre
estaba enferma y que dedicaría la noche a cuidar y a estar con ella.
A las diez de la noche la joven salía de su departamento ataviada de
fiesta, con un vestido muy corto, peinada y maquillada, en su auto
deportivo con destino desconocido. El detective había estado
esperando su salida para seguirla y descubrir con quién engañaba a
su pareja; a duras penas su viejo automóvil era capaz de seguir la
velocidad a la que la joven manejaba su vehículo, pero de todos
modos fue capaz de no perderla de vista. Extrañamente la joven se
dirigió a una comuna periférica, en la cual no abundaban los
locales de fiesta. De pronto y para su extrañeza, la joven detuvo su
vehículo a las puertas de un cementerio.
El
detective no entendía lo que estaba viendo. La joven se paró en la
reja, miró para todos lados, y luego de cerciorarse que no hubiera
guardias en el sector, plásticamente escaló la reja con su tenida
de fiesta y entró al camposanto. El detective acercó su vehículo a
la puerta, tal como la joven se fijó que no hubiera guardias, y
luego dificultosamente se encaramó en la reja hasta lograr
escalarla. El hombre se quedó en el borde superior de la estructura
recuperando el aire, para luego dejarse caer hacia el interior del
lugar.
El
detective cayó pesadamente a tierra. Cuando se puso de pie, un
enorme golpe en su espalda lo derribó. Al caer de espalda al suelo
vio sobre él una imagen horrenda de rostro deforme ataviado con la
misma ropa de la joven modelo. La bestia lo tomó por el cuello con
una fuerza incontenible cortándole la respiración, para luego
hundir sus poderosos y deformes dientes en su cráneo hasta romperlo
para engullir su cerebro. Ya tendría tiempo la joven zombie, una vez
que hubiera digerido su comida, de maquillarse de modo tal de
esconder su realidad a su pareja y al mundo.