La
coordinadora de piso estaba colapsada esa mañana. Había llegado muy
temprano en la mañana y a esa hora, una hora antes de la apertura
del local, ya había filas de gente afuera esperando ansiosa para
entrar y contratar el servicio ofrecido. La mujer tenía claro que en
cualquier momento el sistema iba a colapsar, que no iban a dar abasto
para cumplir los requerimientos de los clientes, y que ello los iba a
llevar a un problema legal de repercusiones inimaginables; sin
embargo, el temor real que la mujer tenía era que su personal, y
elle misma, llegaran a colapsar.
Nueve
de la mañana, las puertas se abrieron y una verdadera avalancha de
gente inundó todos los espacios; los números del turno automático
fueron arrancados en menos de cinco minutos, obligando a uno de los
administrativos a cargar un nuevo rollo de números que tenía a
mano, pues todos los días la dinámica era igual: gente desesperada
por contratarlos a toda costa y lo antes posible para no quedarse sin
el servicio. La gerencia había estimado la posibilidad de abrir la
oficina los sábado por la mañana para atenuar el flujo semanal, lo
que fue de plano descartado por recursos humanos, pensando en el
estrés al que someterían a los empleados y la posibilidad cierta de
no lograr cumplir todos los contratos.
Once
de la mañana, todos los módulos de atención estaban llenos. Los
teclados de los terminales bullían ingresando los datos de los
clientes y la forma de pago para completar los contratos. Cada vez
que algún ejecutivo terminaba el contrato y le entregaba la copia al
usuario, una mirada de resignación cruzaba por la vista de ambos; en
el caso del ejecutivo la mirada duraba hasta que tenía sentado
frente a sí al siguiente cliente, mientras el usuario salía
cabizbajo del lugar.
Doce
del día. A esa hora el flujo de clientes bajaba un poco, mientras
los empleados encargados de cumplir los contratos empezaban a salir
del lugar a hacer su trabajo. La gente que no tenía los recursos
para pagar el servicio miraban con un dejo de envidia la salida de
los encargados de la empresa, a sabiendas que su dinero no alcanzaba
para pagar a la empresa de asesinos encargada de matar al contratante
y a toda su familia, antes que las naves extraterrestres llegaran a
la tierra en un año más a esclavizar a todos los que quedaran
vivos.