El
fantasma se encontraba en el espesor de la pared, mirando qué pasaba
en la casa que años atrás había sido suya. Era extraño ver
desconocidos en la casa que se había demorado tanto en comprar y
alhajar, y que sus herederos se habían demorado tan poco en vaciar y
vender. Ahora su alma yacía atrapada en el lugar, y luego de años
en el mismo sitio se había acomodado a la rutina de la joven familia
propietaria de su pasado.
La
nueva familia era pequeña, un matrimonio no mayor de treinta años y
una pequeña niña de cinco conformaban el grupo de nuevos ocupantes
del lugar. Nada tenía que ver ello con las familias de antaño, con
siete o nueve hijos cada una, en donde la mujer postergaba o
abandonaba sus sueños en pos de criar a todos los retoños, a menos
claro que su objetivo de vida hubiera sido criar una familia. Ahora
la mal llamada modernidad hacía que las familias que decidían tener
hijos, no tuvieran más de uno o dos, salvo escasas y honrosas
excepciones. Así, con apenas tres miembros, el fantasma conocía
todos los movimientos a cada minuto de cada miembro, por lo que no
había sorpresas en el día a día. Tanto era así, que hasta sabía
qué haría el perro a cada momento.
Ese
lunes la niña y la madre se habían quedado en casa, pues la pequeña
había pasado toda la noche con fiebre y no había sido enviada al
prekinder para seguridad de ella y de sus compañeros, por el riesgo
de contagiarlos de quién sabe qué. El fantasma salió del muro y
entró a la habitación a ver a la pequeña, mientras su madre seguía
sentada al lado de su cama, mientras el termómetro medía su
temperatura. De pronto la pequeña suspiró fuerte, como si se
hubiera asustado, y dirigió su vista hacia donde se encontraba el
fantasma, el cual se quedó tieso cuando la pequeña levantó su mano
y empezó a saludarlo. La madre le preguntó qué hacía, a lo que la
pequeña respondió que saludaba el hombre transparente que estaba
parado detrás de ella; la madre le dijo que lo saludara de parte de
ella, y fue a la cocina a buscar un vaso de limonada.
El
fantasma estaba tieso, pues la pequeña no le quitaba los ojos de
encima. En ese instante la pequeña se puso de pie, fue al dormitorio
de su madre y volvió con una moneda, una caja de fósforos y una
vela. El fantasma se preocupó al ver a la pequeña con fósforos en
la mano; sin embargo la pequeña pasó al lado del fantasma y le hizo
señas para que la siguiera al baño. El fantasma esperó unos
segundos, y se decidió a seguir a la pequeña. Cuando entró al
baño, la pequeña tenia medio cuerpo colgando dentro de la tina, la
vela ya estaba encendida, y con esperma la estaba fijando a la
moneda. El fantasma se acercó, y vio cómo la pequeña colocaba la
moneda con la vela encendida en la tina, y abría la llave. De pronto
un torbellino de luz envolvió al fantasma, y se llevó su alma donde
debería haber estado hacía años ya.
Cuando
la madre volvió encontró a la pequeña sentada en la cama jugando
con dos muñecas, y al parecer sin fiebre. La mujer le preguntó a
la pequeña por el fantasma, a lo que la niña respondió que lo
había liberado. La mujer se puso de pie, fue al baño, y descubrió
la vela encendida y el grifo abierto. Tranquilamente apagó la vela,
cerró la llave del agua y volvió donde la pequeña para acariciar
su cabellera y regocijarse de lo rápido que aprendía sus lecciones
y de lo promisorio que veía su legado en manos de su hija.