La
vieja mujer esperaba en el paradero el bus que la llevaría a su
trabajo. La mujer estaba cerca de cumplir ochenta años, pero su baja
pensión le impedía mantener un nivel de vida mínimo por lo que a
su edad debía seguir trabajando cumpliendo labores domésticas al
otro lado de la ciudad. Así, aparte de lo pesado del trabajo, la
mujer gastaba más de tres horas al día en ir y volver de su lugar
de empleo. Esa mañana estaba extremadamente fría, por lo que la
anciana estaba envuelta en bastante ropa gruesa.
El
bus apareció puntual esa mañana en el paradero. La anciana subió
lo más rápido que pudo, siendo ayudada por un vendedor de
chocolates que también estaba empezando su jornada laboral a esa
hora. La anciana caminó un par de pasos por el pasillo hasta que una
mujer joven le cedió el asiento; la mujer se sentó y se acomodó
con toda su ropa, a sabiendas que recién en una hora y media estaría
llegando a destino. De pronto la mujer buscó la billetera en el
bolsillo de su pantalón, y descubrió que ya no estaba ahí; con
espanto miró por la ventanilla al vendedor con la billetera en su
mano y una enorme sonrisa. La rabia se apoderó de su corazón, y una
mueca de odio se fijó en su rostro.
Tres
horas después la mujer trabajaba cabizbaja en la cocina del hogar en
el que prestaba servicios. De pronto la dueña le dijo que en las
compras del mes había olvidado los tomates, y le pidió que fuera
ella a un supermercado a dos cuadras de la casa a comprarlos. La
anciana dejó lo que estaba haciendo, tomó el dinero y salió de
compras. A una cuadra de camino un enorme perro negro se cruzó en su
camino bloqueándole el paso.
La
mujer no entendía qué pasaba. En vano intentó esquivar o corretear
al perro. De pronto se fijó que el animal llevaba algo en su hocico;
lentamente la mujer acercó su mano, y el perro dejó caer lo que
llevaba entre sus dientes. Cual no sería la sorpresa de la anciana
al ver caer desde el hocico del perro su billetera; de inmediato la
mujer la abrió, encontrando que nada faltaba. La mujer acarició al
perro y miró al cielo agradeciendo a dios por el regalo del cielo.
El perro miró a la mujer y siguió su camino; dos cuadras más allá
guardaba su recompensa: la mano amputada por sus dientes del ladrón.
El perro miró a lo lejos a la arcana bruja que había olvidado sus
vidas pasadas, pero que aún guardaba sus poderes sobre la naturaleza
intactos.