El
sucio soldado estaba oculto entre los matorrales. Una gruesa capa de
barro lo cubría, ayudándolo a pasar inadvertido para las tropas
rivales que se encontraban a no más de quince metros de su posición.
El hombre respiraba en silencio y trataba de no moverse para que no
lo vieran. Su arma también estaba cubierta de barro, así que no
sería fácil para nadie notar su posición, si es que hacía las
cosas bien. Inclusive el hombre mantenía sus ojos cerrados, pues
ello parecía aumentar su sensación de invisibilidad. De pronto lo
peor que podía pasarle en ese momento sucedió: una insoportable
picazón invadió su nariz y un sonoro estornudo hizo que todas las
miradas convergieran a su posición.
El
soldado estaba desesperado, se encontraba rodeado por al menos veinte
soldados rivales que miraban hacia él apuntando sus armas. El hombre
dejó su fusil en el suelo y se puso de pie, sin embargo sus rivales
seguían mirando a su posición original en el suelo, sin ser capaces
de notar que se había puesto de pie. El soldado se desplazó un par
de metros a su derecha, mientras sus rivales seguían mirando a su
posición original; de pronto el soldado se paró delante de uno de
ellos y notó que su vista seguía enfocada en el punto original.
El
soldado no podía creer lo que estaba pasando, tal vez era el barro,
pero algo lo hacía invisible a sus rivales. El soldado empezó a
pasearse delante de cada rival haciendo señas sin que nadie fuera
capaz de verlo; mientras tanto la compañía enemiga miraba a todos
lados tratando de encontrar el origen del estornudo que todos
escucharon. El soldado no cabía en sí de felicidad, ese extraño
hecho había salvado su vida y le permitía seguir a salvo en medio
de sus rivales.
El
soldado se cansó de hacer morisquetas a sus rivales. En ese instante
pensó en que ya había tentado demasiado a su suerte, y que había
llegado la hora de huir y encontrarse con sus compañeros para
contarles lo que le había pasado, si es que eran capaces de verlo,
cosa que aún no tenía clara. El hombre se agachó, recogió su
fusil y enfiló sus pasos hacia donde se encontraba su gente. De
pronto se escuchó un disparo, y el soldado cayó al suelo atravesado
por una
bala
a la altura de su tórax, que le terminó costando la vida algunos
segundos después. La compañía enemiga mientras tanto miraba al
oficial a cargo, que había disparado veinte centímetros por arriba
del fusil que levitaba en el aire y que producto del disparo, cayó
al barro para siempre.