El
viejo militar jubilado bebía un shop de medio litro en la barra de
la antigua fuente de soda de su barrio. Al hombre no le gustaba
alejarse mucho de su hogar para beber, y pese al mal ambiente y la
mala iluminación, como la fuente de soda quedaba a tres cuadras de
su casa prefería ir ahí antes de desplazarse más lejos y
arriesgarse a ser asaltado o agredido en el trayecto a casa.
El
viejo vivía de sus recuerdos. Su carrera militar había sido
aburrida, pero era bastante mejor que su período de jubilado, en que
las enfermedades y el cansancio mellaban su vida día tras día. El
único gusto que podía darse era ir a la fuente de soda cada viernes
a beber algunos shops; el resto de la semana se lo pasaba en su
departamento cuidando a su esposa quien era más añosa y con más
enfermedades que él, por lo que su día a día era entre cuatro
paredes, medicamentos, cambios de ropa y aireación del dormitorio.
El
viejo militar escuchó unos gritos a las afueras del local: dos
inmigrantes gritaban insultos que no entendía a viva voz, mientras
algunos clientes asomaban sus cabezas para ver lo que sucedía en el
lugar. De pronto el viejo se fijó en el espejo que había en la
barra: sus canas y arrugas no se veían tan mal, de hecho sentía que
tenía la piel más estirada y el cabello más oscuro que cuando
llegó al lugar. En ese momento se dio cuenta que había bebido
demasiado, y que había llegado la hora de irse del lugar. El viejo
llamó al mesero para pedir su cuenta; en ese instante una mujer
joven se acercó por detrás de él y se afirmó en su hombro con
suavidad. El viejo educadamente sacó la mano de la mujer diciéndole
que era casado, sin embargo el rostro de la joven le parecía
conocido.
Luego
de varios minutos el hombre no lograba que el mesero lo atendiera, ni
que la joven mujer se despegara de su espalda. El viejo se puso de
pie entonces para buscar al mesero; al encontrarlo se dio cuenta que
el hombre estaba con los ojos rojos y con cara de pena y temor; el
viejo le preguntó qué le pasaba, pero el mesero parecía no verlo.
El militar sentía a la joven mujer aún pegada a su espalda, sin
lograr que dejara de acosarlo: en ese momento su memoria reconoció
el rostro de la muchacha. Al darse vuelta se dio cuenta que la
muchacha era la imagen de su esposa cuando la conoció, hacía ya más
de cuarenta años. El viejo entonces se dio cuenta que su asiento
estaba rodeado de gente: al mirar vio su cuerpo en el suelo con un
agujero de bala en su frente. En ese momento supo que había muerto a
manos de quienes peleaban a las afueras de la fuente de soda, y que
su esposa había fallecido al mismo tiempo en su departamento, y que
había ido a buscarlo para emprender juntos el viaje largo.