La
detective de la policía de investigaciones caminaba junto a Perla,
la perra pastor belga malinois entrenada para detección de drogas en
el aeropuerto de Santiago. La pareja tenía a su haber la detección
de más de cien kilos de droga en los últimos dos años de control,
en las maletas de diversos pasajeros. En general el trabajo era
simple: la detective se paseaba con la perra por los pasillos del
terminal aéreo, y cuando Perla detectaba el olor de la droga se
abalanzaba sobre la maleta, mientras la policía le entregaba su
juguete y retenía al dueño del equipaje para una inspección
profunda de la maleta. Hasta ese entonces el record de la pareja era
perfecto: todos los equipajes marcados habían dado positivo a
diversas drogas, lo cual tenía a la pareja en el top one nacional.
Esa
mañana Perla y la detective caminaban por el terminal con toda
tranquilidad. Ya hacía cerca de diez días que no había detectado
nada, por lo que el ánimo de la policía era bastante bueno, y el de
su compañera era de atención permanente, pues deseaba tener su
juguete para poder jugar. De pronto apareció un hombre haitiano, de
piel negra casi azabache, gran estatura, muy delgado, de hecho casi
enjuto, al cual le faltaba el ojo izquierdo. El hombre llevaba una
gran maleta negra algo usada de cuero con ruedas, que aparentemente
estaba muy pesada, pues avanzaba con bastante lentitud. Al pasar a su
lado Perla casi se volvió loca, empezó a mover la cola
desesperadamente y casi botó el equipaje y al hombre con la fuerza
con la que se lanzó para retenerla. De inmediato la policía
controló a la perra, le entregó su juguete y llamó a dos
compañeros para que escoltaran al hombre a una sala privada para
hacer la revisión.
Perla
estaba echada en el piso de la sala mordiendo su juguete mientras la
policía interrogaba al hombre, quien en un correcto español
explicaba que no llevaba nada ilegal, que él vendía amuletos de
madera y que tal vez los olores de la madera habían confundido a la
perra. Los policías abrieron la maleta, y efectivamente se
encontraron con una gran cantidad de amuletos de maderas de distinto
color. Los policías se cercioraron que el recipiente no tuviera
ningún doble fondo; el hombre de mayor edad sacó de su bolsillo un
cuchillo de mano, raspó varios de los amuletos, y en el polvo
resultante echó un reactivo químico para encontrar drogas, no
encontrando nada. Luego siguió probando con varios reactivos, sin
encontrar absolutamente nada ilegal en el equipaje: por primera vez
Perla había marcado un equipaje erróneamente.
La
detective y Perla volvieron a su periplo por los pasillos del
aeropuerto. Cada tanto tiempo la mujer acariciaba la cabeza de la
perra, quien no entendía por qué no habían detenido al peligroso
brujo vudú, quien llevaba un cargamento lleno de amuletos cargados
con almas de víctimas, que usaría para ofrecerlos a distintos
demonios y lograr favores de ellos. Al parecer los humanos no tenían
un líquido para detectar almas, pero su olfato era simplemente
infalible.