El
hombre miraba con desdén la vitrina donde se exhibían tortas de
todos portes, tamaños y sabores. Su bolsillo no le alcanzaba para
comprar nada por lo que sólo podía imaginar los sabores que cada
color significaba en el armado del postre. Su mente jugaba pensando
en sabores ridículos para cada color, para con ello obviar su exigua
economía y no pensar en el hambre que le daba mirar dicho
escaparate. Desde dentro, las dos dependientes lo miraban sonrientes.
Esa
madrugada, pasadas las dos de la mañana, una silueta envuelta en
ropa negra se acercó al negocio de tortas con un gran napoleón
asido con ambas manos enguantadas. Sin mucho esfuerzo con la
herramienta logró romper los candados y entrar al negocio, el cual
no contaba con alarmas ni cámaras de seguridad. El hambriento hombre
de la tarde había descubierto por casualidad un negocio sin
seguridad, el cual podría entregarle no solamente tortas sino tal
vez algo más para ayudar a su pobre bolsillo. El hombre subió la
cortina metálica, entró al local para luego cerrarla tras de él;
finalmente el hombre encendió las luces, y se encontró con un
panorama incomprensible.
En
el local no había ninguna torta. En su reemplazo estaban apilados
los ingredientes necesarios para armar cada proyecto; parecía como
si nunca hubiera habido nada preparado en el lugar, y como si este
fuera no más que una bodega de almacenamiento de ingredientes. El
hombre no podía entender lo que estaba sucediendo, ni menos aún la
presencia de una gran rata en medio de todos los ingredientes
embalados en sus envases originales. De pronto alcanzó a escuchar un
crujido tras de sí, y un agudo dolor en su nuca le hizo perder el
conocimiento.
Cinco
minutos más tarde el hombre despertó atado de pies y manos a una
fría mesa metálica. A su lado estaban las dos mujeres que había
visto durante el día con delantal de cocina atendiendo a los
clientes; sin embargo en ese instante en vez de los delantales ahora
vestían sendas pecheras de hule. Sin decir palabra alguna ni dejar
de sonreír ambas sacaron enormes cuchillos afilados y sin preámbulo
alguno empezaron a desmembrar vivo al pobre hombre, quien murió
presa de un dolor insoportable. Diez minutos después las partes del
malogrado y hambriento hombre cayeron a una trituradora de carne y
huesos, del cual salió una pasta de color rojo, que luego de algunas
palabras recitadas a coro por las dos brujas, se convirtieron en una
masa de color fucsia que daría forma al nuevo e incomparable sabor
de la famosa pastelería, en espera que otro hambriento cayera en las
expertas manos de las malditas cocineras del averno.