Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

domingo, diciembre 18, 2022

Libro

El hombre miraba con desdén el capítulo del libro que estaba leyendo. Ya llevaba dos días pegado en ese capítulo, y cada vez que intentaba avanzar se quedaba dormido, o simplemente lo dejaba de lado producto de su aburrimiento. Nunca le había pasado algo así con un libro, no entendía cómo un escritor era capaz de provocarle tanto aburrimiento con algo que debería más bien incitarlo a seguir leyendo. El hombre estaba incómodo, y sentía la necesidad de hacérselo saber al escritor, pero no sabía cómo. De pronto, y mientras revisaba sus redes sociales en su teléfono luego de dejar de lado nuevamente el texto, se encontró con un afiche de una feria del libro en su ciudad, donde dicho autor asistiría a firmar libros y a un conversatorio con los lectores. Sin quererlo, encontró la alternativa para quejarse con el autor del libro más aburrido de su historia como lector.

Ese día en el programa de la feria aparecía que el autor estaría en el stand de la editorial con la que publicó su libro firmando ejemplares desde las cinco hasta las seis de la tarde; el hombre llegó media hora antes al lugar esperando una larga fila de fanáticos; sin embargo, y hasta el momento en que llegó el escritor, nadie se apareció en el stand. El hombre en ese momento se encontró frente a frente con el escritor, sin saber bien cómo encararlo.

El hombre se acercó al escritor con el libro en la mano; el autor le sonrió efusivamente, le quitó el libro de las manos, y le preguntó su nombre para hacerle una dedicatoria. El hombre miró al escritor, y simplemente le dijo que su libro era lo peor que había leído en su vida hasta ese momento, y que no entendía cómo había sido capaz de escribir un texto tan aburrido y lleno de lugares comunes. El escritor lo miró en silencio; de ponto de entre sus ropas sacó una pistola, colocó el cañón en su boca y sin pensarlo dos veces apretó el gatillo, dejando su cerebro desparramado en el stand de la editorial: en ese momento el hombre reaccionó, dándose cuenta que nada había sucedido sino en su mente. En ese momento el hombre vio al escritor sonreír efusivamente, tal como en la especie de sueño que había vivido.

El hombre le dio su nombre al escritor, y aceptó gustoso la dedicatoria que le hizo: no estaba dispuesto a que el sueño que tuvo se hiciera realidad, y a cargar sobre su conciencia con la muerte de un inocente. El escritor mientras tanto sonreía, pues nuevamente su capacidad de plantar sueños en las mentes de sus lectores lo había salvado de un mal rato y una eventual mala crítica.