Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

sábado, diciembre 03, 2022

Embarazo

La embarazada se paseaba ansiosa por la sala de espera de la clínica. Tres horas antes habían empezado los síntomas de parto, y por fin podría ver en persona a su hijo en algunas horas más. Ya había llamado por teléfono a su esposo al trabajo quien iba en camino a la clínica, y a su ginecólogo quien ya estaba en el lugar pero atendiendo una urgencia, por lo que aún no podía hacerla pasar para iniciar el trabajo de parto. Al llegar a admisión le había dictado su número de rut a la recepcionista, quien miró curiosa la pantalla antes de decirle que se sentara y que pronto la llamarían. Su felicidad era sin límites, y su ansiedad cada vez mayor.

Media hora más tarde llegó su marido, quien antes de saludar a su esposa pasó por admisión y habló un par de palabras con la recepcionista, para luego ir a abrazar efusivamente a su mujer y a intentar calmarla. Veinte minutos más tarde escuchó su nombre: al ingresar al sector de atención se encontró con su ginecólogo, quien luego de saludarla le indicó una habitación para que se sacara la ropa y se colocara la bata. Una hora más tarde, luego de la monitorización de la madre y de los signos vitales del feto, se inició la inducción del parto. La mujer creyó escuchar el latido de dos corazones distintos cuando monitorizaron su abdomen, pero el ginecólogo le explicó que era un error normal de primeriza.

Cinco horas más tarde las contracciones empezaron. La matrona a cargo del control de la mujer encontró algo extraño en los signos vitales y llamó al ginecólogo, quien luego de revisar los registros le dijo a la mujer que por su seguridad y la del feto debería hacer una cesárea. La mujer se mostró un poco contrariada pues ella esperaba tener un parto normal, pero simplemente se encogió de hombros y acató la decisión de su médico.

Cuarenta minutos más tarde la mujer escuchó el llanto de un bebé. Su alegría era infinita; de pronto un segundo llanto fue ahogado por las voces del ginecólogo, la matrona y el neonatólogo. La mujer no entendía qué pasaba, su marido miraba nervioso al ginecólogo quien tranquilizó a la mujer explicándole que era el llanto de su bebé mientras el neonatólogo lo examinaba. La mujer por fin se tranquilizó cuando le pasaron a su hijo para conocerlo y empezar a darle pecho; las dudas de la mujer desparecieron en cuanto tuvo a su pequeño junto a sí. Mientras tanto en la sala contigua el neonatólogo le entregaba el segundo bebé, quien no tenía parecido alguno con los padres sino más bien con un descendiente de vikingo, a un hombre de terno sin expresión. Dos minutos más tarde la mujer se quedaba dormida producto de un fármaco colocado en la bolsa de suero; en ese momento entró otro hombre sin expresión quien le colocó a la bolsa de suero un fármaco que detendría para siempre el corazón de la mujer, para luego pinchar al bebé con el mismo veneno. Finalmente el hombre le pasó al padre del bebé una maleta llena de dinero, con la cual el hombre se fue de la clínica, sin saber que media hora más tarde moriría en un accidente de tránsito. El hombre miró a los tres profesionales que estaban en la sala de parto, quienes al mismo tiempo ingirieron sendas pastillas de cianuro. El plan estaba ejecutado, y sólo bastaba esperar que con el paso de los años el pequeño cumpliera con su misión sagrada.