El
experimento había fracasado rotundamente. Los investigadores
recogían febrilmente los datos almacenados en los computadores para
aprender se sus errores y no cometerlos en el siguiente proyecto. Ya
habían recibido la orden de evacuar el laboratorio lo antes posible,
pues un equipo especial se haría presente en el lugar para
destruirlo por completo y no dejar huellas de lo hecho por los
profesionales. Muchos intentaban llevarse muestras del proyecto, pero
el jefe de seguridad había recibido la orden de que sólo sacaran
datos y nada físico del lugar: uno de los investigadores creyó que
podía pasar por encima del ex marino, y había terminado con una
bala en su cabeza, lo que había dejado claro a todo el resto la
determinación del hombre. En un rincón del laboratorio, una
muchacha miraba sin entender mucho de lo que sucedía a su alrededor.
La
recolección de datos estaba terminando. Cada uno de los
profesionales, luego de respaldar su información, accedía al
sistema operativo de cada terminal y formateaba el disco duro: pese a
que todo sería destruido más tarde, los científicos preferían
eliminar la información por si alguien intentaba más adelante
rescatar algo de los escombros. La muchacha caminaba con dificultad
entre los profesionales, y no lograba cruzar su mirada con ellos. De
pronto una investigadora la miró a los ojos y le sonrió: en ese
instante el jefe de seguridad la golpeó brutalmente en la cabeza con
la empuñadura de la pistola, para luego mirar con asco a la
muchacha, quien de inmediato se alejó de todos para no causar más
problemas y que nadie volviera a ser agredido por su culpa.
La
muchacha miraba de reojo al jefe de seguridad. A esa hora ya sentía
hambre, pero sabía que nadie le daría de comer. Lentamente se
acercó al refrigerador donde se guardaba su comida, abrió la
puerta, y buscó qué podía comer; la muchacha abrió la puerta
superior para ver si había algo en el congelador que le gustara más
que lo que había en la parte de abajo. En ese momento su cuerpo
desnudo reaccionó a las bajas temperaturas del congelador, erizando
sus vellos y contrayendo sus poros. Su piel empezó a enrojecerse, y
mientras sujetaba cada puerta con una mano, con su tercer brazo que
salía del centro de su tórax sacó una barra energética, que
empezó a absorber por su trompa oral.
Los
investigadores terminaron de sacar toda la información. La muchacha
se afirmaba en sus cuatro patas para caminar entre ellos sin entender
qué pasaría con ella. Una vez que todos los científicos salieron
del lugar, el jefe de seguridad tomó su escopeta y disparó un
cartucho a las patas de la muchacha y otro a la especie de cabeza que
tenía sobre su grueso cuello. La transhumana cayó al piso adolorida
pero viva, mientras veía cómo el jefe de seguridad cerraba la
puerta tras de él, luego de escupirle al cuerpo. El hombre esperaba
que el equipo especial tuviera las armas para acabar con el
experimento, aunque recordando las pruebas que había visto, ello
parecía imposible.