Sir Ian Mc Blood era un típico caballero nombrado por su majestad el rey, que pese a ser escocés y residir en dichas tierras, prestaba constantes favores a la corona británica, lo cual le permitió disfrutar del título, el castillo y la manutención de la mano de quien él servía. Su vida transcurría sin mayores contratiempos, era querido en su tierra y respetado fuera de ella.
En las tierras altas disfrutaba de su soledad pues decidió no casarse ni tener hijos: pensaba que el mundo estaba ya demasiado poblado y agresivo a mediados del siglo XIX, por lo cual no valía la pena traer más sirvientes a su majestad; ya tenía suficientes..., además era supersticioso, y había una leyenda familiar que decía que cada diez generaciones nacería un hijo inhumano y casi monstruoso, con poderes sobrenaturales e inmortal. Si bien es cierto no llevaba la cuenta exacta, no quería correr el riesgo; además, un antepasado muy lejano de él había desaparecido sin dejar rastro alguno, y desde esa fecha y por siglos en ese poblado ocurrieron muertes sangrientas e inexplicables...
Una tarde de abril, empezando la primavera, sir Ian paseaba a pie por sus tierras, cuando una bella y distinguida joven de negra cabellera y oscuros ojos se acerca a él a caballo. Fijándose en su roja cabellera y verdes ojos, le pide ayuda pues se ha extraviado. Sir Ian, haciendo gala de toda su caballerosidad, lleva a la joven y su caballo al castillo para que descansen y poder enviar luego a alguno de sus empleados en un carruaje al poblado más cercano con la dama para que pudiera seguir su camino. Tal vez le llamó la atención la poca prolijidad de la vestimenta de dicha joven, e inclusive su lenguaje algo burdo pero bueno, un caballero no tiene boca ni memoria...
Cuando iban llegando al castillo, sir Ian sintió ruido de cascos, y al intentar girar recibe un fuerte golpe en su cabeza, que lo deja fuera de acción pero no inconsciente. Con pavor nota en la mano de la joven un grueso palo con algo de sangre, y cuatro jinetes que llegan junto a ella. Entre risas lo arrastran dentro del castillo y empiezan a descerrajar sus cajones y baúles en busca de dinero, joyas y oro...
Alertados por los ruidos y las voces, la pareja de viejos mayordomos se asoma a mirar: ellos habían sido criados de su familia, lo habían visto nacer y crecer, le habían curado sus heridas de niño, enseñado a cabalgar y disparar, alimentado, bañado y protegido; y cuando decidió seguir su camino la pareja, que tampoco tuvo hijos, decidió seguirlo y acompañarlo casi como a un hijo... Al verlo en el suelo ensangrentado se ahogó un grito en sus gargantas, pero fueron vistos por los ladrones. Al oponer resistencia, el hombre fue brutalmente golpeado hasta morir frente a su esposa y a un sir Ian, que lentamente recobraba su conciencia, pero demasiado lentamente... con estupor vio que la joven saca un cuchillo de su vestido, y pese a los ruegos de la anciana, la degolla. Para ese momento sir Ian logra incorporarse, y tomando un viejo mazo con puntas metálicas (herencia de algún ancestro medieval), arremete con odio contra los hombres, quienes no supieron que fue lo que los reventó. La joven vanamente intenta apuñalarlo, pero el cuchillo y su mano cayeron al suelo al primer golpe... al verla sangrando, indefensa, Ian sintió una extraña sensación: bienestar. La escena ante sus atónitos ojos era dantesca: su segundo padre había sido masacrado y yacía ahora en el suelo, la mujer que había guiado sus pasos había muerto desangrada sin siquiera oponer algo de resistencia...y la joven causante del término de su vida tal como la conocía, sin su mano y arrodillada en el suelo... no, esa perra no podía morir tan rápido...
Luego de encadenarla en un viejo calabozo y cauterizarle con un hierro hirviente el muñón del brazo, procedió a violarla repetidas veces, hasta saciar todos los instintos ocultos que se liberaron esa fatídica tarde. Una vez acabó con sus aberraciones, y sin ningún remordimiento, cerró y trabó la puerta por fuera, dejando sólo la rendija para alimentación abierta. El monstruo manco de cabello y ojos negros jamás volvería a ver su roja cabellera y sus verdes ojos ahora sin vida...
Luego de casi un año de alimentar por la rendija del calabozo a la asesina, una noche escuchó los gritos más horrorosos que habían brotado de la garganta de una mujer alguna vez. Bajó armado, abrió la celda, y con estupor presenció una escena incomprensible: una pequeña criatura se movía bajo ella, completamente mojada y ensangrentada, aún con el cordón umbilical unido a su ombligo, mientras engullía su placenta.
Así, Ian asistió al cumplimiento de la leyenda familiar, y vio nacer el último eslabón de los Mc Blood... ¿Y la placenta?, estaba deliciosa...