Un cubo de acero en una fragua, sólo eso era. Rodeado de rojo fuego, calor abrasante, vapor de agua, martillos, fuelles, tenazas, dolor y sudor. Tenía todas las posibilidades en manos del herrero: ser parte de la cadena de un ancla o de un esclavo, o unos grilletes, tal vez una llave, o las asas de un ariete. Pero pasaban los días, y nadie lo ponía al fuego, para ser trabajado y moldeado a martillo, calor y frío.
Luego de un par de meses de estar botado en un rincón de escombros, el herrero lo ve y recoge. Si, había llegado la hora de evolucionar, de mutar de fierro a obra. Tal vez fue dejado al final para ser excelsamente trabajado, con lujos y detalles por doquier. Por fin, al fuego y cambiar de gris a rojo, salir de él hacía el yunque y preparar el destino de innoble metal... pero el herrero simplemente tomó el mazo y empezó a martillar una y otra vez, como si lo quisiera hacer crecer, como un cuadrado algo deforme, pero cuadrado al fin y al cabo... Pasan las horas y el martillo simplemente aplana y hace crecer hacia los lados. ¿Qué sería, un plato cuadrado, un espejo, un escudo? Luego toma una especie de gran clavo, con el que hace dos grandes agujeros a un borde; finalmente, el borde contrario es aplanado y martillado hasta ser tan delgado como un cabello. Luego un par de duras piedras aguzan aún más dicho borde.
Qué indigno, tanto esperar para ser simplemente un rectángulo de acero con agujeros por un lado y borde fino por el otro. Y pensar que habría podido hasta acompañar a un rey como espada o arnés o armadura, y ahora era sólo un rectángulo.
De madrugada, es llevado a un carpintero... ¿herramienta? no, es más indigno. Con un par de clavos fijan dos listones de madera a los agujeros, y los montan en un largo riel de madera. Por algún acuerdo, por abajo unos topes anchos de más madera.
Fría noche a la intemperie, gente que empieza a rodear el armatoste de madera con la pieza de acero al medio. Al pasar las horas y amanecer, el espectáculo es enorme, y todos van a ver el plato rectangular en el armazón de madera. Para lucirlo más, con la cuerda lo elevan al tope del armazón.
Los gritos arrecian, y un sucio humano es acercado por dos guardias hacia el armazón. Los gritos se hacen ensordecedores. Pero esas facciones... ¿no es acaso el rey?, ¿acaso la pieza de acero cumplirá su designio sagrado de ser útil a su majestad?
El rey llega al armazón de madera, es tendido en una cama, y su cuello es puesto... esperen, el cuello es puesto entre los topes de madera... Los tambores dejan de sonar, y mientras la hoja de la guillotina lucha por no matar a su majestad, simplemente cae por su propio peso...
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