Un joven hombre y una joven mujer caminan de la mano al lado de la gran muralla. Nadie sabía cuántos siglos llevaba ahí, marcando el destino de las gentes del planeta. Poco se sabía en realidad acerca del porqué de su creación, de su constitución o manutención. Sólo había certeza plena de su altura, pues era medida y vuelta a medir año tras año, y no habría duda ni variaciones: 100 metros de altura. Para todos ellos era parte del paisaje, nacieron viendo la muralla, así también sus padres, y los padres de sus padres por cientos de generaciones. Además de su fin oculto, cumplía muchas funciones para quienes vivían cerca de ella: sombra del verano, techo en el invierno, detener los fuertes vientos y tempestades.
En las cercanías de la gran muralla vivían sólo militares y sus familias, para salvaguardar la única parte del planeta que no provenía, al parecer, de la mano del Padre. La muralla abarcaba todo el perímetro mayor del planeta, dividiéndolo en dos. Pero nunca se había sabido que podía haber al otro lado. Podría ser la otra mitad de la población, estar sobrepoblado o desierto, una raza superior o inferior, o simplemente ser muralla, eterna hasta llegar, por el otro lado, a la misma muralla...
Todos estaban conformes y tranquilos con la muralla, bueno, casi todos... el paseo del hombre y la mujer no era porque sí... Hacía años ya que un grupo de gente había empezado a mostrar curiosidad; luego intriga, y finalmente odio por ese monumento ilimitado al desconocimiento. Ya se habían infiltrado en los distintos ejércitos, y tenían un plan: pacientemente, y luego de un par de generaciones, lograron minar las bases (20 metros bajo tierra) y acumular cientos de ojivas nucleares. Y había llegado la hora: cientos de ellos se inmolarían para lograr destruir ese muro, y que el mundo supiera que había más allá...
La marcha de la pareja continuaba, y de pronto una alarma suena en cientos de relojes al unísono; a los 10 segundos ocurre la detonación: el planeta vibra entero en una sola dirección, cual cataclismo, y, lentamente la muralla empieza a ceder, por todos lados y a la vez... luego de varios minutos, el desplome total. Rápidamente la gente se desplaza al borde de la muralla derrumbada, a ver qué había: un tenebroso y gigantesco abismo vertical interminable; a cierta distancia, se ven sendos monstruos gigantes capaces de devorar aviones y barcos de una sola mascada. Al parecer, la leyenda de Colón, esa de la tierra redonda, era sólo una leyenda...
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