Las miradas confluyen hacia la esquina más alejada de la habitación. Ahí, sin mayores alharacas ni aspavientos, yace arrumbado el demonio. Sí, ese, EL demonio, el príncipe de la maldad, el ángel orgulloso y bello caído de las tropas divinas a los quintos infiernos. Luego de gobernar por milenios a las huestes del mal, de dar una interminable y efímera batalla contra el bien está ahí, sentado casi en posición fetal en el rincón de una habitación pequeña de un departamento en el centro de la capital, cabizbajo, derrotado...
¿Qué cómo sé que él? Se siente su aura maligna, su presencia vengativa, su esencia seductora y mentirosa, su poder limitado brotando por sus poros. Se nota el paso de los milenios por su expresión: nada rojo, ni cuernos, ni cola, menos tridente, mal que mal nació ángel... se ven sus muertes violentas e innecesarias en sus sienes, el odio incontrolable en sus ojos, el olor de los cadáveres no sepultados en su nariz, el sabor a dolor disfrutado en su lengua, la sangre de inocentes en sus dientes... y pese a todo ello estaba ahí, en un rincón de un departamento, derrotado...
¿Y porqué acá? Simple, está viviendo con aquellos que lo derrotaron, que lo despojaron de su reino de tinieblas y maldad... ¿qué, creían que el Padre o sus huestes lo habían vencido de nuevo? ¿para qué?
Fue el humano quien lo derrotó. Pero por favor, lean bien, el humano lo derrotó, no en el sentido de erradicar el mal de sus almas, sino que le quitó el reino de las tinieblas. La maldad humana superó con creces los límites planetarios de deshumanización, y permitió quitarle el reino al rey del infierno. Y trajimos su reino a la tierra, y lo hemos hecho crecer cada día más, extralimitando la cuota disponible de maldad, usando la línea de crédito que quedaba para toda la galaxia...
Y ahora el príncipe del mal se arrumba en el rincón de un departamento en el centro de la capital. De ahí partirá de cero, se mezclará con nosotros, a ver si logra volver a aprender, con los maestros, el verdadero significado de la palabra que le dio vida y alas: maldad...
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