Arrastro mis pasos por la larga avenida que atraviesa la ciudad. La oscuridad oculta mi dolor, impidiendo a los pocos que transitan a esta hora ver las lágrimas que pudieran haber corrido por mi rostro, ahora inmutable. Tras de mi, colgando de mis brazos y en un gran saco, arrastro el peso inerte que como condena se me asignó. Tanto es el tiempo que llevo recorriendo con este peso que ya perdí la cuenta; he llegado a pensar que nací con el, pues no tengo conciencia de no haberlo arrastrado en algún período de mi existencia.
Los años van pasando, dejando huellas por todos lados. Ya estoy entrecano, las arrugas empiezan a aflorar (junto con el abdomen que crece con mayor velocidad), las fuerzas disminuyen, el peso aumenta, las ganas son escasas... y el saco cada día pesa más.
Cuando lo pienso y hago memoria, el saco ha cambiado junto conmigo. Cuando niño era liviano y de colores, casi me arrastraba en los juegos, y era yo quien debía frenarlo para no corren tanto y poder estudiar. De joven, seguía de colores vivos, sobrio pero de colores vivos; pesaba más pero aún era tolerable, y en más de una ocasión me arrastró a alguna fiesta, o hacia alguna amiga, pero como siempre lograba contenerlo; había cosas más importantes que hacer, y el tiempo no me sobra (ese es otro saco, que siempre pasa vacío...).
Con los años el saco se puso oscuro, pero aún con cierto brillo. Su peso aumentaba pero mis fuerzas alcanzaban. El saco me guiaba hacia nuevos desafíos, hacia riesgos controlables que podrían desencadenar cambios en mi existencia; como siempre logré atajarlo: nada hay mejor que la estabilidad.
Y he aquí que con los años termino arrastrando un inerte y gran saco gris, que ya no se mueve hacia ningún lado sino sólo si yo lo arrastro; que ya no cambia de colores pues los agotó todos, y no los aproveché; que ya inclusive dejó de aumentar de peso, pues tarde vi que el saco llevaba todas las esperanzas y sueños no cumplidos de mi vida, todos los proyectos inconclusos, las metas no batidas, los ideales que no se hicieron realidad; y ya no puede hacerse más pesado, pues las esperanzas, sueños, proyectos, metas e ideales se me acabaron. Queda entonces la conformidad que seguirá pesando lo mismo por toda la eternidad...
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