La joven estaba tensa en su escritorio, la incertidumbre la estaba matando pero sabía que tenía que conservar la calma; de hecho para eso le pagaban, para esperar una llamada que tal vez nunca llegaría. El destino era extraño y a veces hasta burlón: ella que vivió toda su niñez y juventud al aire libre, en un campo maravilloso lleno de flores y animales domésticos, ahora estaba confinada a trabajar en una oficina de 9 metros cuadrados sin ventanas y con un gran computador como su contacto con la realidad. Y el teléfono. Pero el teléfono casi no contaba, ella llevaba 3 años trabajando en esa oficina y nunca había sonado. A veces lo levantaba para asegurarse que fuera de verdad y no sólo un adorno más de ese calabozo sin adornos que llamaba “trabajo”.
La joven había sido elegida 3 años atrás al terminar sus estudios como una alumna de excelencia, avezada en todo lo que a tecnología se refiriera, y con una paciencia y sangre fría excepcionales. Que esa oficina le ofreciera trabajo al salir de sus estudios era un verdadero privilegio, y más aún con un sueldo de más del doble de lo que sus compañeros de promoción podrían siquiera soñar… pero ya con 3 años en la rutina del tedio su mente aspiraba a nuevos desafíos y su alma, a una vida normal.
La joven estaba tensa en su escritorio. Había hablado con su jefe directo acerca de sus intenciones de renunciar, y éste la había dicho que consultaría a los mandos superiores y le daría una respuesta, que obviamente recibiría por teléfono. De pronto, el aparato sonó: la cara de alegría de la joven era indescriptible, recibiría la confirmación de su renuncia, y había terminado con la duda de 3 años. Al levantar el fono, una voz desconocida le dio un código numérico: al parecer no había alcanzado a renunciar antes de activar las ojivas nucleares y lanzarlas contra el enemigo…