Esa noche sería horrible. Ya eran las tres de la madrugada, y aún no lograba conciliar el sueño. Es cierto, había sido un día agitado, pero por lo mismo debería estar más cansado; pese a todo, no tenía esperanzas de quedarse dormido. De pronto, lo que faltaba para completar el cuadro: una gotera. Primero con baja cadencia y volumen, luego más rítmica y amplificada por el silencio de la madrugada, el continuo martilleo empezó a ocultar el tictac del reloj, pues más encima estaba sobre el vaso de agua en su velador. Sabía por lo demás que podía correr el vaso para eliminar el ruido, pero eso no solucionaría el problema, sólo lo ocultaría, y terminaría por echar a perder la cubierta del velador.
Cuatro de la madrugada. De fondo sentía el cantar de algunas aves en el patio de la casa… y la gotera. En diez años viviendo en esa maravillosa casona de dos pisos nunca había tenido problemas, y justo ahora tenía que aparecer dicha gotera. Pese a ello no tenía reparos con su casa: acogedora en invierno, fresca en verano, era comprensible que no fuera perfecta, algún defecto debía tener. Y lo más extraño de todo era que su dormitorio estaba en el primer piso… recién en ese instante se dio cuenta que la noche estaba despejada y estaba en el primer piso, a un piso y una mansarda del cielo. Una rápida mirada a su vaso despertó el temor: en vez de transparente el agua estaba roja. Sigilosa pero raudamente se puso de pie, tomó un palo y subió al segundo piso. Calculó cuál sería la habitación que estaba sobre su dormitorio (nunca se había detenido a pensarlo). Con cuidado entreabrió la puerta, y vio con horror un cuerpo decapitado desangrándose en el piso. Por fin pudo respirar con calma: había devorado la cabeza de su novia y dejó olvidado el resto…