La muchacha estaba decidida. La vida se había ensañado demasiadas veces con ella, sin que hubiera sido capaz de de encontrar causas, responsabilidades o culpas de su parte. En tan solo veinticinco años todo lo posible de ocurrir le había ocurrido. Sus padres fallecieron cuando tenía ocho años. Unos tíos se hicieron cargo de ella, quedándose con toda su herencia. Su primo había intentado violarla a los catorce, y cuando lo contó no le creyeron y la echaron de la casa. Deambuló por las calles y puentes de la ciudad por cinco años, conociendo de hambre, sed, frío, abusos y drogas. Pero a los veinte años un quiebre en la espiral le dio algunas esperanzas. Conoció a un joven obrero que se enamoró de ella y le ayudó a salir del pozo de cinco años en que estaba hundida. A los veintiuno se casó y a los veintidós nació su hija: el vivo reflejo de su padre, la persona capaz de devolverle la vida a ese cuerpo ya casi sin alma. Pero el destino le tenía preparado el remate final, como si le hubiera permitido levantarse un poco sólo para que la caída fuera más violenta.
El día del tercer cumpleaños de su hija prepararon con su esposo una pequeña celebración. Mientras él adornaba la mediagua y la niña jugaba a esconderle las cosas, ella salió a comprar la muñeca que su hija le había pedido. Al volver de la tienda vio con espanto dos carros bomba que intentaban apagar los escombros de su mediagua; cuando preguntó le dijeron que nadie había sobrevivido, pues ella había cerrado con llave por fuera por error.
El dolor del alma era inconmensurable. Toda la felicidad que había conseguido en tres años desapareció de una plumada; la vida ya no tenía sentido, y su mente no soportaba tanta culpa ni dolor.
La muchacha estaba lista, con seguridad roció su cuerpo con bencina y encendió un fósforo: las llamas rápidamente la consumieron. Extrañamente luego de morir carbonizada en el sitio eriazo, su mente seguía sintiendo el mismo dolor. Al amanecer notó cómo sus cenizas cobraban vida, se unían unas con otras, y retomaban su forma anterior. Ahora entendió que el sufrimiento terminaría cuando debiera y no cuando ella quisiera. Ahora también entendió el porqué del nombre de hombre que su padre le puso: Fénix…