-Te odio.
-Sabes que no es verdad.
-Sí, ahora estoy seguro.
-No intentes convencerte, no sabes odiar.
-Tú me enseñaste.
-No, no tengo esa capacidad. Si de verdad me odias, cosa que dudo, nació de ti.
-Maldito, ¿cómo fuiste capaz de hacerme esto?
-¿Hacerte? Que facilidad tienes para dar vuelta las situaciones a tu favor. Todo lo que ha sucedido tiene un único responsable.
-Desgraciado, si pudiera matarte, te mataría.
-¿Si? Vamos, en el velador está la pistola. Tráela acá y dispárame, si te atreves; pero eso sí, cuando lo hagas mírame a los ojos.
-…
-Lo sabía, eres el mismo cobarde de toda la vida. Jamás te has atrevido a nada, y de puro pensar en matarme te orinaste.
-… desgraciado…
-Es lo único que sabes decir: desgraciado esto, desgraciado lo otro. Pero sigues aguantando.
-Maldito infeliz…
-Patético…
-Malnacido…
-Maricón…
-… no te soporto, me voy…
-¿Y a dónde vas a ir sin mí? ¿Acaso olvidas que aunque te alejes del espejo, sigo siendo tú mismo…?