Debo ser uno de los cazadores con más mala suerte en el mundo. Habiendo tantos tipos de presas, tenía que tocarme a mí la más débil y dependiente de todas: los humanos. Se esconden cuando llueve, se esconden cuando hace calor, se esconden de día fuera de sus casas, se esconden de noche en ellas… ¿Hay algo a lo que no le teman? Pero bueno, más puede el hambre que el fastidio, y deberé buscar luego qué diablos comeré esta noche.
Mis pasos me guían a través de la ciudad. Otra vez la maldita costumbre de encerrarse: hacen sus famosos edificios para encerrarse a trabajar de día, los ponen en hileras como para lucirlos, a ver cuál es más alto, con más cubículos, en cuál caben más presas… perdón, humanos, y cuál refleja mejor la luz del sol. Y pierden y destruyen la naturaleza por esto. De pronto, entre todas esas fastuosas torres se asoma una casona alta de materiales antiguos y ventanas de colores. Creo reconocer esto, parece que es lo que llaman iglesia: otro sitio para encerrarse y amontonarse. Aquí llegan menos, y sólo de vez en cuando. Si cazara de día sería extremadamente fácil entrar de sopetón y llevarme tres o cuatro de una vez, pero no es el caso. De todos modos igual entraré a ver, en una de esas tengo suerte.
Nunca he entendido el porqué de encerrarse, y en este caso es peor aún, pues al parecer aquí sólo entran y recitan versos. Mientras camino por el centro del pasillo mirando sus extraños símbolos, siento a alguien acercarse a mí por la espalda: al girar veo a un tipo vestido de oscuro, con un gorro y blandiendo un bastón. Pobre imbécil, nunca supo qué lo mató, y dudo que alcanzara a saber que había muerto. Luego de engullirlo y esconder sus ropajes, escucho a lo lejos, en la parte central del pasillo donde hay una mesa de piedra llena de cosas inútiles, una respiración entrecortada y algo silenciada. Raudamente llego al origen, y me encuentro con otro humano, vestido de negro, temblando y con un pequeño símbolo de madera en la mano, que me muestra como para que lo proteja. Levanto mi mano para quebrar su cuello y seguir comiendo… pero luego la bajo y dejo el lugar. Creo que dejaré que crea que su dios está interesado en él y su raza: soy antropófago por naturaleza, pero ello no me hace perverso; bueno, no tanto…