Otra noche de cacería que acaba y llega el alba, la hora de desaparecer para no contaminarme con mis presas al interactuar con ellos. El sol despunta y me da la señal para el descanso: la presencia de mi sombra. Estos cortos momentos en que mi silueta se proyecta en el suelo son suficientes para entender que no soy de esta realidad, y que vine a este planeta exclusivamente a convertirme en la manifestación patente de la suma de los temores de la raza humana. Pero ya no hay tiempo, debo esconderme para reaparecer la siguiente noche.
Los túneles debajo de las calles que usan para que transporten el agua de las lluvias son la puerta de entrada a mi pequeño refugio en la caverna. Atrás quedaron los días en que pude vivir en un castillo lejos de todo y todos: creo que donde estaba hicieron una edificación enorme para encerrarse a comprar y vender cosas. Por lo menos alcancé a rescatar lo suficiente para hacer de esa caverna algo más cómodo para reponer mis energías y volver a matar y engullir la noche siguiente. Me preocupé de escoger una de difícil acceso, bastante alejada de la superficie, y con pocas filtraciones de agua: no me gusta ese golpeteo eterno de las gotas de agua en las pozas que ellas misma forman. En ella tengo lo poco que me agrada del mundo humano: una superficie para dormir, y una máquina que reproduce lo que hoy llaman música; por algún extraño designio del destino los humanos fueron capaces, dentro de su inmundicia como raza, crear algo sublime, claro está, hace más de ciento veinte años…
Luego de pasar la roca grande, última barrera para mi caverna, escucho ruidos en ella: parece que las ratas aprendieron a llegar, y probablemente están buscando algo que roer. De pronto un sonido conocido me alerta: voces humanas. Malditos engendros, ¿cómo encontraron mi refugio? Sigilosamente me aproximo al lugar, por todos lados hay cuerdas y piezas de metal, de esas que usan para escalar por la inutilidad de sus débiles manos. Al asomarme logro ver sus cabezas, son cuatro, tres machos y una hembra, cuyas vestimentas les impiden moverse con facilidad. No hay problema, cuatro no son desafío para mi, de hecho ningún humano lo es; antes que se de cuenta ya estoy desnucando a dos, al tercero le reviento el pecho y la hembra pierde su cabeza por la violencia del impacto. Con esto tendré comida para tres o cuatro días, lo que me evitará salir a la superficie. Antes de deshacerme de las porquerías que traen intruseo un poco. Uno de ellos traía una caja pequeña con una potente luz en su extremo. Al examinarla no encuentro nada especial, salvo que al otro extremo de la luz hay un vidrio extraño, por el que se ve todo en pequeño. Mientras aprieto con poca fuerza algunas protuberancias de la caja, en el vidrio aparece una imagen de los otros tres humanos, y se escucha el relato de cómo encontraron mi caverna. De improviso toda la imagen se mueve bruscamente, luego queda quieta, y al empezar a moverse un horripilante rostro aparece mirando fijamente hacia el vidrio, con una gran dentadura y unos extraños ojos verdes…