Despierto a la noche siguiente de aquel estúpido sueño de ayer (ustedes ni siquiera imaginan el significado de la palabra “pesadilla”). Los humanos siguen donde mismo, haciendo lo mismo, viviendo lo mismo, muriendo lo mismo. La realidad no ha cambiado y mi percepción de ustedes tampoco. Lo mejor será alejarme un poco de este lugar, hay muchos enajenados y temo que la locura humana sea contagiosa.
Avanzo sin apuro por esta asquerosidad a la que llaman civilización, y comprendo que la evolución se los saltó: sus cuerpos se han hecho más débiles, y sus mentes asustadizas. Ya no son la especie destructiva de antaño, ahora no son más que un arbusto o que un árbol, pues sólo vegetan en sus patéticas existencias: de hecho cualquier árbol del camino es más útil que ustedes, que ni sombra son capaces de dar. Cada vez que pienso en la realidad que se han creado, comprendo más el sentido de mi existencia: depredarlos me enaltece al eliminarlos de la superficie del planeta.
Falta poco para que amanezca, y llego a lo que creo que ustedes llaman mar. Es una extensión ilimitada de agua que se mueve al son de los latidos de la tierra. Antes que el sol despunte entro a las frías aguas y empiezo a avanzar decididamente, flotando sin mayor problema. Seguiré avanzando siguiendo el eje del sol, a ver a dónde llego: supongo que, si el planeta es redondo como dicen, llegaré alguna vez a otro lugar con tierra firme. Y en el peor de los casos, volveré al mismo lugar pero por el otro lado…
¿Fin...?