La respiración se hacía cada vez más lenta y superficial, por más que se esforzara no podía contener más esa fuerza y en cualquier momento su tórax terminaría reventado, sin que hubiera nada que pudiera hacer. Tarde había aprendido la lección acerca de lo engañoso de las apariencias.
La mujer era una experta artista marcial, además de saber manejar un variado tipo de armas. Trabajaba de guardaespaldas de mujeres poderosas que no querían la notoriedad de los musculosos guardias hombres, o de aquellas que preferían la protección de su propio género. Pese a su pequeña envergadura era capaz de inmovilizar a cualquiera que se pusiera en su camino, y estaba completamente conciente de sus capacidades, de las cuales hacía gala cada vez que podía, a veces aunque no debiera.
Esa tarde le correspondía vigilar a la dueña de una cadena de supermercados. La mujer no gustaba de ningún tipo de vigilancia, pero pese a la resistencia de ella y su hija, sus asesores habían insistido. Luego de salir del edificio corporativo la dueña de la cadena de supermercados decidió dar una vuelta por el barrio, que no visitaba hace tiempo. De pronto una niña pequeña se acerca a la mujer sin motivo aparente; antes que la mujer reaccionara la guardaespaldas empujó por el hombro a la niña, lanzándola al suelo. Cuando la mujer se aprestaba a llamar la atención de la guardia por su violencia innecesaria, la pequeña se levantó y posó su mano sobre el pecho de quien la había empujado; con el solo roce de su mano llevó contra una pared a la guardia y sin mayor esfuerzo presionó hasta que el corazón y los pulmones de la aterrorizada mujer se paralizaron para siempre. Luego la niña miró a la empresaria, le tomó la mano y dijo:
-Vamos a casa mamá, tendremos que hablar con el resto acerca de lo que significa tu seguridad.