Mientras caminaba con lentitud por las mismas calles de siempre de la mano de su madre, el pequeño niño avanzaba sin tener conciencia de nada. Desconectado por completo de la realidad que lo rodeaba, el niño se desplazaba tal y como lo hacía todos los días: en la mañana hacia el colegio, en la tarde hacia su casa. Cada cosa que su cuerpo hacía era guiado por adultos: su madre, su padre, sus abuelos, sus tíos, sus profesores, sus doctores, sus terapeutas. Pero su mente seguía siendo territorio inexpugnable para todos quienes quisieran desentrañar sus secretos.
Su padre era un político conocido, odiado por muchos por no querer jugar el juego de la corrupción: sus acciones ponían día tras día en riesgo la estabilidad de las mafias de poder, lo que nada significaba para su hijo. El pequeño no sabía de amenazas de muerte, de miedo, de sobornos ni guardaespaldas, él simplemente seguía los pasos de su madre tomado de su mano.
Aquella mañana la madre salió algo más temprano con el pequeño pues quería volver antes a la casa para poder ir a hacer algunos trámites pendientes que tomaban bastante tiempo; ello impidió que el guardaespaldas la acompañara pues aún no empezaba su turno. Cuando la mujer y su hijo iban a mitad de camino un vehículo se detuvo bruscamente al lado suyo y un hombre armado bajó y sin mediar provocación descargó todo el cargador de su pistola sobre la mujer. La sorpresa en sus ojos al ver las balas levitando frente al cuerpo de su víctima dio paso al terror al ver que bruscamente giraron sobre su eje y se dirigieron directo a su corazón. La mujer estaba estupefacta y presa del pánico; de pronto un suave pero firme tirón a su mano empezó a guiar sus pasos hacia el colegio: la mente del pequeño ya se había encargado del problema, así que no había motivos para demorar más el avance suyo de cada día…