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miércoles, julio 28, 2010

Historia de Sangre: Conocimiento

Historia de Sangre ©2007 Jorge Araya Poblete
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Capítulo XVIII: Conocimiento

El castillo era una gigantesca biblioteca. Casi la totalidad de la superficie de las paredes del edificio estaba convertida en anaqueles repletos de libros. Tras siglos de cacerías e intercambios se había logrado constituir una colección realmente monumental de volúmenes en varios idiomas, y que cubrían casi todos los temas. Todo había seguido un cierto orden. En un principio los primeros libros quedaban en la habitación, para poder leerlos y releerlos todas las veces posibles. Luego, al aumentar la cantidad, Blood decidió llevarlos a lo que debería ser el comedor; pero dado que no lo usaría jamás para ese objetivo, lo transformó en una biblioteca. Día tras día fue armando anaqueles, los que debía extender con gran velocidad para contener los volúmenes que llegaban noche tras noche. De a poco empezó a organizar los libros según tema y gusto. Cuando ya la biblioteca no fue capaz de albergar más libros, y dado que vivía solo en su castillo, Blood se decidió y comenzó a levantar anaqueles, primero en las paredes del primer piso, y luego en todo espacio que quedara desocupado en los dos pisos del edificio. Desde las entradas de los dormitorios hasta pocos centímetros de las puertas de acceso estaban atiborrados de libros. Cuando llegó el primer anciano al castillo, una de sus primeras tareas fue reclasificar y ordenar los volúmenes, con lo cual le dio un verdadero carácter de biblioteca a la colección. Inclusive se dio a la tarea de separar por idiomas y temáticas, de modo tal que se le pudiera dar cierta secuencialidad a la lectura. Así, todos los que llegaban al pueblo disfrutaban de una completísima bibliografía de todos los temas imaginables. Al pasar los años, Blood permitió que algunos de los volúmenes salieran de su castillo, con la condición de que quien sacara un libro debía dejar otro en prenda: de ese modo la biblioteca empezó a hacerse dinámica. Pero todo eso era sólo una parte de la grandeza de la colección, el otro componente era tal vez el primordial. Cada vez que alguien acudía a consultar o leer, Blood aprendía de la persona todo su acervo previo, todo lo que lo había llevado a vivir en ese pueblo y consultar ese libro en particular. De ese modo y con el transcurso de las décadas, Blood pudo conocer un poco más del mundo sin haber visto nada de éste.

Las áreas del conocimiento del humano eran realmente vastas, pero estudiadas de modo superficial provocaban más ignorancia que sabiduría. Blood entendía que la vida del humano era demasiado corta para poder abarcar tantas cosas y con tanta profundidad, él tenía esa ventaja, tenía tiempo de sobra (de hecho no sabía cuánto) para aprender y aprender cada día más y más cosas. Así, a poco andar ya era considerado un sabio dentro de los sabios del pueblo. Pero no estaba conforme. La superficialidad lo tenía acongojado, era muy poco lo que se sabía de cada tema, absolutamente insuficiente para que se pudiera pensar en el desarrollo de la raza humana a un nivel que les permitiera acercarse siquiera al límite de sus posibilidades. Había que hacer algo para hacer perdurar el conocimiento en el tiempo. Tal vez había que decidirse por un área del conocimiento y explotarla. Tal vez había que seguir explorando todas las áreas a la vez para generar un conocimiento universal. Tal vez había que dejar de pensar tanto y simplemente dejarse llevar por la corriente del instante. Pero la corriente del instante lo podía llevar a tomar alguna decisión apresurada o errada; lo mejor era pensar en calma en una decisión que lo dejara feliz a largo plazo. De hecho ya le había estado dando vueltas a un par de posibilidades, pero la que más le atraía era algo contraproducente con su realidad.

Blood llevaba una vida agitada dada su condición de antropófago y líder de la comunidad. Por un lado necesitaba comer carne humana para sobrevivir, pero por otro tenía contacto directo y a diario con los humanos. Por supuesto, al cazar y comer en otros pueblos lograba mantener cierto grado de desapego con la parte emocional que le pudiera quedar escondida en su ser. Pero de todos modos eran humanos, y era extraño matarlos y engullirlos por un lado y aprender de ellos y con ellos por el otro. Y esa especie de contradicción podría provocarle problemas en algún momento de su existencia. Y ese momento había llegado. Después de mucho meditar decidió que el mejor camino era seguir manteniendo conocimientos generales de todas las áreas pero abocarse en profundidad a una sola. Y el área elegida era el foco de conflicto. Dentro de todas las posibilidades, Blood se sentía enormemente atraído por la biología. De hecho, estaba casi seguro que sus pensamientos lo llevarían finalmente a decidirse por… la medicina.

Medicina… ciencia incipiente en ese entonces, plagada de errores y falsedades, gobernada por magos y charlatanes en un extremo, y por doctos intocables e intocadores en el otro; era un área que podía ser llevada a límites casi inconcebibles para el humano… por el monstruo que de noche los mataba y se los comía sin ningún reparo ni piedad… Era de cierto una contradicción completamente incomprensible: un cazador que aprenda a curar a sus víctimas… pero Blood ya era una contradicción en sí mismo: un cazador antropófago (y antropomorfo) que no parecía enfermar o envejecer, que se dedicaba a estudiar y aprender todos los conocimientos con los que contaban sus víctimas, por el solo gusto de aprender, y capaz de convivir con ellos sin agredirlos para compartir sabiduría. Y ahora se sumaba el hecho, más contradictorio aún, que sus compañeros de sabiduría sabían su condición pero la obviaban para seguir avanzando junto con él en el camino del crecimiento en pos de la evolución.

Al sopesar todos los acontecimientos, Blood se dio cuenta que la idea de uno de los ancianos de alejarse un tiempo no era necesaria. Todos sabían su condición y la aceptaban, por tanto no se sentía presionado para huir y dejar que el tiempo borrara su recuerdo. Pero era cierto también que el contacto con otras realidades era necesario. La comunidad que formaban era absolutamente cerrada, y todo lo que aprendían era lo mismo que daba vueltas de una en otra mano. La posibilidad de debate era mínima, y dada su ventaja en cuanto a tiempo vivido y material leído, sus argumentos siempre terminaban primando. Faltaba el choque, la disidencia, las ideas nuevas, la defensa fanática inclusive, para tener todas las herramientas en la mano y definir la evolución normal del conocimiento en el futuro. Pero por su situación la decisión debía ser meditada una y otra vez para no cometer algún error que echara por la borda todo lo avanzado en esos siglos. Salir implicaba recorrer ciudades y pueblos, estar lo suficiente para aprender y lo necesario para no delatarse. Podía implicar el modificar los hábitos de vida y de alimentación. Y podía inclusive significar la muerte. Desde que llegó luego del destierro cuando niño, nunca se había alejado de la losa más de doce horas, y no sabía si era ésta la que le daba vida eterna. Más encima, el castillo era de la misma piedra que formaba la losa, así que podía estar en una bóveda de seguridad viviendo en ese lugar, y sin siquiera imaginarlo. Además, aún quedaban muchos cabos sueltos, y eso lo tenía intranquilo. Estaba el asunto de la familia de la bestia, de su eventual descendencia; el detalle de la bruja, si es que había existido algo parecido; la posibilidad de encontrarse cada diez generaciones con otro animal con sus instintos, y eventualmente con más fuerzas que él. Las dudas eran muchas… el único punto a favor es que no tenía límite de tiempo para llegar a las respuestas, o por lo menos, el límite podía estar en diez generaciones más. Y para ambas opciones, la decisión pasaba por salir de su reducto de toda la vida. ¿Valía la pena el riesgo? Sólo el tiempo lo diría.

1 Comments:

Blogger Srta. Australis said...

Doc!

Como siempre un gusto leerte.

Un besote!

2:44 a.m.  

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