Historia de Sangre ©2007 Jorge Araya Poblete
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Capítulo XIX: ViajeUna noche Blood va en busca del anciano más joven del pueblo. La decisión implicaba hacer todo bien, para que su ausencia no significara una debacle a futuro, tanto para él como para el pueblo. La idea era simple: dejaría al anciano más joven a cargo de los destinos de la población, quien formaría un consejo con otros sabios para que lo asesoraran, mientras él recorría el mundo recolectando conocimientos útiles para el desarrollo del pueblo y su futura conversión a ciudad. Los adultos más jóvenes, hombres y mujeres solteros que así lo desearan, también saldrían a recorrer el mundo por su parte para crecer y en lo posible volver con su crecimiento para compartirlo con el resto. La idea final era una: mantener el pueblo como una isla de conocimiento capaz de absorber lo útil de la vida en el exterior, sin dejarse contaminar por sus defectos. Era casi una quimera, pero se podía hacer un buen intento. Ya por varias décadas se había logrado; ahora que habría apertura el riesgo era mayor pero controlable. Y obviamente, los beneficios eran muchísimo mayores que los riesgos. Esa misma noche Blood partió su viaje de sabiduría, siguiendo transversalmente el eje del sol, que en la noche se correspondía con el de una de las lunas. Por primera vez en lo que recordaba de su existencia, sentía algo que cabía en la definición que había visto en uno de sus diccionarios de la palabra “emoción”…Su marcha no era similar a la de las cacerías, iba caminando con tranquilidad a través del bosque, en paralelo a los montes que noche a noche cruzaba para ir a cazar. Entendía bien que este viaje iba a cambiar muchas cosas, y necesitaba meditar bien los pasos a seguir. De partida debería tener cierta vida social. Si bien es cierto no era difícil contactarse con los humanos en el pueblo, allá él era el señor; fuera de su castillo y de su pueblo, sería sólo un alguien más. Si su objetivo era aprender, debía estar el tiempo justo en cada lugar, lo suficiente para ganar la confianza de quienes lo rodearan para que compartieran con él sus conocimientos, pero no tanto como para no despertar sospechas con su casi nulo envejecimiento, y con sus hábitos alimentarios. Ese era otro problema grave: era muy probable que durante grandes períodos de tiempo tuviera que renunciar a matar y comer humanos… no podría relacionarse bien con ellos si estuviera conversando con eventuales víctimas; además, debía controlar sus reacciones, su fuerza y su velocidad. Por otro lado, había visto en los otros pueblos, aquellos que visitaba de noche, huellas de conflictos y agresiones entre humanos. Al parecer el ambiente entre ellos se estaba haciendo bastante denso; por lo que lograba escuchar, y por los comentarios de algunos de los habitantes del pueblo que tenían conocidos en otros lados, fuera de los límites de su escondite no primaba el raciocinio ni el conocimiento, sino la ignorancia y las creencias sin fundamento. Al parecer quienes guiaban espiritualmente a los humanos no eran hombres de espíritu limpio, poseían conocimientos pero los ocultaban, y dejaban ver sólo lo que a sus ambiciones convenía. Al parecer en todas las escuelas de creencias era así, por lo tanto la ignorancia producida artificialmente por quienes debían propiciar paz era suficientemente fuerte como para gatillar conflictos entre los humanos. Al parecer los únicos ganadores terminarían siendo quienes propiciaron dichos conflictos, pues ellos nunca pelearían, y pese a perder mantendrían sus privilegios. Al parecer ya no era tan buena idea salir a buscar conocimientos, por lo menos para él. Luego de caminar media noche a través del bosque, dio con un camino. Estaba bastante bien cuidado, se notaban huellas frescas de caballos y carruajes, aparentemente pesados o en gran número por la profundidad de las marcas. Extrañamente se veía muy claro para la hora que era, Blood esperaba esa luminosidad algunas horas más tarde, y no saliendo por ese lugar. En ese instante su curiosidad se abrió paso a través de su prudencia, y corrió para llegar luego a la fuente de la claridad. Algunos cientos de metros más allá, se detuvo abruptamente donde se veía a lo lejos el origen de dicha luz: una gran ciudad, de más del triple de la superficie de la suya, con varios castillos en su interior y completamente amurallada, ardiendo en casi su totalidad. A su alrededor, portentos de madera y metal movidos por cientos de animales de gran envergadura, frutos del ingenio mal guiado y mal gobernado del humano, arrojando masas de fuego y combustibles por sobre las murallas, y atacando las puertas para ingresar a ellas y seguir arrasando lo que el fuego pudiera dejar en pie. A lo lejos, un grupo de arqueros excelentemente bien entrenados y organizados atravesando a cuanto ser vivo saliera de los límites de dicha muralla con sus certeras flechas, cargadas de odio y muerte. Los atacantes enarbolaban señales que los identificaban, que les daban identidad de grupo, que adornaban sus estandartes y escudos. Los lucían con orgullo. Los defensores poco se preocupaban de sus señales, su único objetivo era sobrevivir. Para el vencedor, era el triunfo de sus ideas sobre las del otro; para el perdedor, era la victoria de la intransigencia y la ignorancia sobre la verdad… Qué alejada estaba dicha realidad de la de su pueblo; todo lo que no se explicaba por la razón era simplemente descartado, previa explicación y discusión. Por supuesto que al no haber mayor contacto con el exterior las posibilidades de choques de ideas eran menores. Pero si no eran ideas sino fanatismo ciego guiado por líderes inteligentes que gobernaban gracias a mantener la ignorancia, el riesgo era inmenso. Y ese riesgo podía significar destrucción. Había visto el poderío militar de los humanos. La gente de su pueblo carecía de ejército, y las armas que usaban eran netamente de caza. Sus conocimientos se limitaban a lo que habían leído o escuchado. Él podía luchar por ellos, ahora que su secreto se sabía abiertamente, pero jamás había peleado contra hordas organizadas de humanos, de día y de frente. Tenía grandes poderes físicos, pero no eran ilimitados, y nunca los había llevado a su límite. La única pelea a su haber que había librado por algo que no fuera comida, y en la cual usó todas sus fuerzas fue contra la joven bestia, pero él no era humano, y apenas duró un golpe. Por otro lado, en la eventualidad de ser capaz de vencer a un pequeño ejército, las posibilidades de que el segundo ataque fuera con un despliegue de fuerzas ostensiblemente mayor aumentaban… De hecho bastaba simplemente afirmarse en la historia para comprobar esta teoría; sin ir más allá, la ciudad que había visto arder hace poco rato podía ser reflejo de ese triste destino… Mientras divagaba seguía avanzando, no podía detener su avance bajo ninguna circunstancia. Había que ganar tiempo, pues los sucesos que vio tenían una gran connotación para su decisión final. Por fin a lo lejos se veía luz de verdad, de naturaleza y no de incendio de humanos. Por fin el sol salía para dar luz de vida y no de muerte. Por fin el sol iluminaba todo a su alrededor, como la inteligencia y el raciocinio iluminaban a su pueblo. Por fin volvía a ver los límites de su aldea, donde ya se agrupaban aquellos que pensaban seguir su ejemplo saliendo a buscar sabiduría y no esperar a que simplemente les llegara a sus puertas… Al parecer había llegado a tiempo para detener el principio del fin de los únicos humanos que no le importaban como alimento. Definitivamente el viaje que empezó y terminó dicha noche fue de gran sabiduría…