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miércoles, septiembre 01, 2010

Historia de Sangre: Doctor

Historia de Sangre ©2007 Jorge Araya Poblete
Registro de Propiedad Intelectual Inscripción Nº 160719

Capítulo XXIII: Doctor

En su largo exilio de veinticinco años Blood aprendió mucho más de lo que ya sabía. Pero sus conocimientos ya no eran letra sobre papel sino realidad sobre el mundo. Además de enseñar y aprender medicina teórica, pudo aprender medicina práctica. Todo aquello que alguna vez hubo leído lo pudo, aunque fuera por un corto tiempo, llevar a la vida real. Pero sea como fuere su naturaleza primaba sobre su raciocinio, y al darse cuenta que sus actitudes de cazador lo podían delatar, simplemente volvió a enseñar y aprender teoría. Aprovecharía por ende sus conocimientos e instintos de cazador y antropófago: si bien es cierto los años de lectura y el corto tiempo de práctica demostraron que era docto en todas las áreas del conocimiento médico, y el contacto con los médicos y los barberos le permitieron darse cuenta que era capaz de enseñar de todo, su principal fuerte era la anatomía humana. Mal que mal, todas las noches algún cuerpo humano pasaba por sus manos… y por su boca. Sería justamente esa rama del saber de la medicina la que cultivaría con más ahínco que el resto: no iba a dejar todo lo demás de lado, pero trataría de dedicarse a la anatomía como medio para formar gente a futuro. Pero su mente no había quedado prendada sólo de estas experiencias; lo que realmente lo había cautivado era el concepto de universidad. Un lugar físico que contenía el conocimiento universal, que lo guardaba y lo distribuía racionalmente entre quienes demostraban que lo merecían y lo anhelaban. Un lugar que ordenaba el qué, el cómo y el cuándo enseñar respecto de cada área de conocimiento. Ese era un verdadero desafío, uno que lo mantendría cada día más vivo, como su castillo, la lectura y la sabiduría…

Luego de lograr la confianza y el respeto de los primeros médicos que conoció, y de terminar de enseñar a los barberos de modo pseudoformal, Blood tuvo una idea revolucionaria, que en un principio incomodó a todos sus conocidos pero que sería llevada a cabo de todos modos: por medio de los médicos formados formalmente llevaría a los barberos a la universidad para que fueran examinados por los docentes. Era casi una locura, pero no había mejor modo de probar el nivel de los barberos como médicos, y su capacidad de enseñar gracias a su autoformación. De todos modos, si ellos fracasaban él igual saldría beneficiado, pues aprendería de sus errores, y algunas décadas más adelante lo intentaría de nuevo. En cierta forma su postura era bastante egoísta: no importaban tanto los barberos como el experimento de docencia; pese a todo el tiempo invertido, éste era el gran bien que hasta la fecha le seguía sobrando. Pero pese a no temer al fracaso, tenía la confianza de no fracasar, pues el contacto con los otros médicos le había reportado excelentes dividendos en cuanto a su nivel de conocimientos, y al enseñar a los barberos no se había guardado nada.

La llegada a la universidad no dejó de ser un espectáculo. Por un lado Blood estaba maravillado al ver tantos hombres jóvenes juntos en un solo lugar con el único afán de aprender. La imagen de las áreas al aire libre llenas de gente leyendo, comentando, conversando y debatiendo era uno de sus sueños hecho realidad. Hombres de mayor edad, aparentemente profesores, paseaban rodeados de jóvenes a su alrededor que escuchaban ávidos hasta los respiros y pausas efectuados, tal como los pequeños pollos siguen a la gallina por todos lados. Al fondo completaba el cuadro de ensueño una serie de edificaciones de varios pisos donde se impartían las clases… Pero por otro lado tanto docentes como educandos quedaron casi petrificados con la surrealista imagen que estaban presenciando. Por la entrada principal de la universidad un extraño y heterogéneo grupo avanzaba a paso firme hacia las aulas. Se notaban vestimentas de alumnos recibidos, eventualmente médicos; otros de vestimenta similar a la de los estudiantes en formación, pero de gestos y facciones más hoscos; y lo que definitivamente capturaba la atención de todos era quien comandaba el grupo: un enorme hombre que sobrepasaba en peso y estatura a todos y cada uno de quienes alguna vez habían pasado o estaban pasando por las aulas y patios de la institución. Su cara asemejaba más a las pinturas de artistas que habían liberado su arte en períodos de éxtasis religioso como manifestación de la malignidad que el rostro de un ser humano. Su caminar recordaba a un oso salvaje avanzando hacia el sitio de desove de los salmones, presto a cazar todo lo que se le pusiera por delante. Sus ojos, de un verde poco común en esa parte de la realidad, no demostraban sentimientos… Luego de la mutua sorpresa y admiración entre Blood y la universidad, había que enfrentar a los profesores de medicina.

El encuentro fue tenso. Si bien es cierto se había pactado la cita por el viaje previo de uno de lo médicos con los docentes, la estampa de los barberos no era la que los profesores esperaban, ni menos aún la de Blood. Creyeron en un principio que se trataba de algún tipo de broma de muy mal gusto, pero al notar la soltura con que el gigante se desenvolvía frente a ellos decidieron darle una oportunidad a sus “alumnos”. Habían decidido interrogar a los aspirantes a médico en todos los ámbitos habituales de cualquier postulante de su casa de estudios; ello tomaría a lo menos dos semanas, tiempo suficiente para que Blood recorriera un poco dicho mundo. Mientras sus alumnos y los médicos que los acompañaban eran sometidos a largas sesiones de interrogatorios de todos los temas interrogables, él se dedicaba a dar vueltas por los jardines y los pasillos de la universidad. Luego del primer impacto sufrido por los alumnos, y del temor inicial de ver a un verdadero monstruo humano, algunos de los jóvenes y también unos cuantos docentes empezaron a acercarse a él. Los diálogos partieron en la formalidad de los saludos, sitio de origen, motivos para ir allá, y luego derivaron en extensas conversaciones que versaban de todos los temas. Tanto Blood como sus interlocutores estaban extasiados: los jóvenes y sus maestros no lograban comprender cómo un hombre tan joven había traído dos estudiantes de medicina formados por él mismo a probarse a la universidad, y más encima saber de todo de lo que cualquiera le hablara, con un notorio énfasis en conceptos históricos pero relatados de un modo increíblemente vivo, más como espectador que como conocedor. La gran sapiencia del gigante llevó a que tanto docentes como alumnos empezaran a llamar a Blood “Doctor”, pero no solamente por sus conocimientos de medicina, sino más bien por lo docto que éste era en todos los temas. Por su parte Blood estaba maravillado, hombres de todas las edades que se acercaban a hablar y debatir con él de todos los temas posibles, en todos los niveles de complejidad, y sin dar muestras de burla o ironía, sino de interés permanente en todos sus juicios y conceptos. Al parecer sus años de lectura y contacto con gente sabia estaban dando frutos, y justo los que él esperaba: sabiduría. El solo hecho de ser llamado “doctor” era un halago inconmensurable: ellos, los humanos, los débiles, su comida, lo respetaban…

Luego de dos semanas y media de interrogación, los docentes estaban sorprendidos y satisfechos, definitivamente no estaban frente a dos barberos cirujanos, sino a dos médicos de tomo y lomo que no tenían nada que envidiar a ninguno de los formados en cualquiera de las universidades conocidas del continente. No cabía duda, ambos serían titulados por su casa de estudios. Pero ahora quedaba otro desafío. Blood no se refería al modo en que él se había formado, pues era seguro que hubiera perjudicado a sus alumnos; pero en esos instantes la curiosidad de todos en la casa de estudios era enorme. Durante todo ese tiempo muchos habían intentado lograr algo de información que diera pistas del origen de sus conocimientos, pero no habían conseguido nada. Por lo tanto, el director de la universidad planteó su posición: interrogar y someter a pruebas a Blood, para darle un nombre que respaldara su sabiduría. Cuando le sugirieron la idea, Blood aceptó de inmediato; pero pese a que le hubiera encantado aceptar la propuesta inicial del director, de rendir pruebas en todas las áreas del conocimiento, decidió sólo abocarse a la medicina, para no levantar tantas sospechas dentro y fuera de la casa de estudios. Los interrogatorios y pruebas fueron bastante más duras que las hechas con sus alumnos; de hecho el proceso se extendió por un mes. De todos modos no representaba mayor desafío para Blood, aunque sí algo de extrañeza. Pero igual se daba tiempo en las tardes para salir a conversar de todo en las tardes con quien quisiera dedicarle algunas palabras: en todo ese tiempo, no hubo un solo día en que diez o veinte personas dejaran de esperarlo a la salida de las aulas de la escuela de medicina para seguir interrogándolo de la vida y más.

Un par de semanas después de terminado el interrogatorio, Blood fue citado por las autoridades de la universidad. Lo que le dijeron fue una verdadera sorpresa, que lo dejó lleno de orgullo y alegría, y que era la culminación de la pasión que llevaba siglos cumpliendo gracias a su recordada Luz. El director de la universidad le explicó que sus exámenes tomaron el doble del tiempo y mucho más del doble de exigencias, pues no lo estaban probando como médico, sino como docente. Y definitivamente había aprobado todo con creces. Ahora era formalmente profesor de medicina, grado escasísimo en cualquier universidad, y además estaba invitado a integrarse como tal a la escuela de medicina, a formar alumnos en el área que quisiera, pues estaba calificado para todo. Inmediatamente aceptó, y durante diez años ayudó a formar profesionales para los humanos. Ese tiempo además fue suficiente para planear con calma su retorno a Slabcastle, y para terminar de aprender a conocer el mundo fuera de su castillo y su ciudad. Esos diez años abrieron una nueva idea en la cabeza de Blood. Durante toda su vida se había dedicado a guardar libros y leerlos hasta casi memorizarlos, y ahora podría, además de leer, debatir lo leído. Y eso era posible solamente por la existencia de ese lugar. No era realista pensar en la evolución de la mente y el conocimiento sin tener un sitio donde enseñar y aprender, donde debatir y aceptar, donde discutir y consensuar. Si el ahora doctor Blood quería que su ciudad estuviera a un nivel aceptable dentro de los centros de conocimiento a nivel local, debería contar con una universidad.

1 Comments:

Blogger Unknown said...

Me agrada el asunto de "nivelar".




Un saludo.

9:55 p.m.  

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