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miércoles, septiembre 29, 2010

Historia de Sangre: Involución

Historia de Sangre ©2007 Jorge Araya Poblete
Registro de Propiedad Intelectual Inscripción Nº 160719

Capítulo XXVII: Involución

Slabcastle se había transformado por fin en un centro mundial del conocimiento. Su universidad era una de las más conocidas en el mundo por la calidad de la docencia y de sus alumnos, los cuales hacían peticiones desde todos lados para entrar a ella, hasta con años de anticipación. Su ubicación, alejada de las grandes urbes y enclavada entre cerros, daba el entorno necesario para dedicarse a estudiar y compartir sabiduría. La selección era bastante estricta, no era una casa de estudios común para sacar un título y hacer una vida gracias al dinero que dicho título daba: era un sitio para dedicarse a aprender y enseñar, a compartir sabiduría, a comprometerse con el futuro. Por ende, sus docentes en general hacían carrera de por vida, y a diferencia de otros lugares, era una ciudad donde los años eran respetados.

Blood había dejado la rectoría hacía algunos años, estaba aburrido de administrar y de tener reuniones interminables, sin poder enseñar ni aprender. Simplemente llamó a elecciones de rector y no se presentó al cargo; cuando el decano de medicina quiso dejarle el cargo, tampoco aceptó. Estaba contento de poder volver a enseñar; además, ya no tenía ninguna cita formal en la noche que pudiera entorpecer sus cacerías. Su existencia se estaba llevando del mejor modo posible, pero pese a ello no se sentía tranquilo. Estaba casi seguro que ya se habían cumplido las diez generaciones de la maldición, y que en cualquier instante podía aparecer el siguiente Blood, lo cual complicaría enormemente las cosas… aunque tal vez no tanto. Ya no estaba preocupado de escapar y reaparecer cada veinte o más años, pues el flujo de gente en el pueblo era tan alto, que lentamente su presencia empezaba a pasar desapercibida, por lo menos para los estudiantes y algunos profesores. Los más viejos del pueblo sabían su secreto, y mientras pasaban los años dicho secreto se heredaba en las familias. Tal vez si un nuevo Blood apareciera, él podría dedicarse a otras cosas, nuevas ideas, inclusive hasta podría heredar su conocimiento… o su universidad.

Una noche Blood venía de vuelta de una de sus cacerías nocturnas. Había sido una de aquellas jornadas “productivas”, por lo cual pensaba en suspender la primera clase de la mañana, o pedirle a alguno de sus ayudantes que la dictara: no era un tema complejo, y podía delegar dicha responsabilidad para reposar y seguir con las tareas que lo necesitaban de modo indispensable. Dado que tenía que variar recurrentemente las zonas donde cazaba, ahora estaba atacando en un pueblo bastante distante de su ciudad, donde abundaba la gente supersticiosa, lo que facilitaba su labor pues era catalogado como “demonio”, lo cual mantenía a raya cualquier atisbo de investigación. Mientras su mente divagaba sin rumbo claro ni fijo, un leve ruido llamó su atención. Al llegar a un claro del bosque por donde iba, algo saltó sobre su espalda: como ya había sentido el aviso previo, giró rápidamente y golpeó de frente a lo que lo atacaba, logrando apenas desplazarlo medio metro hacia atrás. El atacante, más sorprendido que él, se lanza nuevamente en su contra, siendo recibido por un potente impacto que lo derriba sin gran dificultad. El temor de Blood se hizo realidad, la segunda generación de su estirpe había aparecido, pero distaba mucho de lo que él esperaba o suponía.

Ahí, a sus pies, yacía un ser de características físicas similares a las suyas y al del anterior receptor de su “legado”. Pero algo no cuadraba, su postura encorvada, su exagerado desaseo, la ausencia de ropa y de una mínima inteligencia para atacar lo tenían algo desconcertado.
-Hola, mi nombre es Blood.
-…..
-¿Cómo te llamas, hijo?
-…..
-¿Sabes quién o qué soy…?

El joven monstruo estaba hambriento. Era difícil cazar, los animales alimentaban poco, y los animales de dos patas que tenían mejor sabor eran presas difíciles, andaban en grupos, usaban extrañas varas que quemaban a distancia y aunque no lo herían, sí quedaba adolorido. Ahora había atacado a un animal de dos patas, enorme, que tenía bastante carne… pero el animal lo estaba lastimando rápida y fácilmente. Más encima ahora hacía los mismos ruidos que los otros animales de dos patas, que tenían tanto sentido como los ruidos de cualquier bestia… aunque el tono con el que sonaban los de éste se parecían a un vago recuerdo que tenía de su nacimiento… pero el hambre era mayor, y si no lograba cazar algo luego, su existencia corría un gran riesgo de terminar por inanición. Si no era esta presa, no sabía si habría alguna otra oportunidad.

Blood vio como su descendiente se lanzaba nuevamente al ataque sin ninguna organización. Al parecer no había tenido alguna imagen paterna que lo guiara, y era simplemente un animal de caza poderoso, y nada más. Nuevamente lo derribó, y otra, y otra vez. Pensó en decirle que si seguía lo podía dañar en serio, pero obviamente no comprendía nada… La espera de diez generaciones había terminado en una involución, y el solo pensar en que ese animal se pudiera reproducir (instintivamente o por error) lo aterraba. Al parecer debía acabar con él tal como lo hizo con el anterior, pero no tan violentamente. Cuando el joven se lanzó por enésima vez en su contra, Blood se hizo a un lado y al pasar éste bajo él, de un certero puñetazo quebró su cuello, matándolo en el acto. Tal como hizo diez generaciones antes, de un puntapié abrió un hoyo en el suelo, depositó el cadáver, y lo cubrió sin dejar rastros para depredadores e intrusos…

Al llegar a Slabcastle ubicó al primer ayudante que se cruzó en su camino, le cedió la clase y se encerró en su pequeño castillo a descansar algo su cuerpo y mucho su mente. Se sentó en su sillón favorito y sacó de su biblioteca personal un viejísimo y gastado libro de tapas de cuero y gruesas hojas escritas a mano. Era el libro en el cual había aprendido a leer siglos atrás. En ese instante su contenido ya no importaba, su trascendencia iba por otro lado. Ese libro había sido el detonante de todo lo que estaba viviendo ahora. Pero a su vez era la brecha que lo había alejado de la humanidad como concepto. Luego de acabar con la segunda bestia pensaba en lo lejos que estaba de todo, que pese a tener una universidad y una ciudad, haber formado a miles de pensadores útiles para sus congéneres, su descendencia no era más que una cadena de perdedores, que mientras los humanos evolucionaban su casta involucionaba, que no tenía descendencia conocida ni herederos. Su vida no parecía merecer llamarse vida, sino simplemente existencia. Sólo quedaba seguir enseñando, y esperar a ver qué le deparaba el destino en diez generaciones más.

1 Comments:

Blogger Claudia Andrea said...

lo q le pasa a blood, me perece como que yo me encomtre con esa especie de mi misma. talves tambien necesito enterrar esa parte de mi

12:10 a.m.  

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