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miércoles, septiembre 08, 2010

Historia de Sangre: Partida

Historia de Sangre ©2007 Jorge Araya Poblete
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Capítulo XXIV: Partida

Uno de los logros del doctor Blood en sus diez años como docente en la universidad, es que nunca dejó de lado su objetivo final, el desarrollo del conocimiento. Pese a las largas jornadas de clases en distintas áreas de la medicina para lograr encontrar aquella en que se sintiera más a gusto (pues en todas se desenvolvía bien), siempre destinaba tiempo en las tardes para juntarse a conversar con docentes y con estudiantes de las otras carreras. Así, pudo mantener su mente abierta a todos los ámbitos de la realidad, y actualizar constantemente sus conocimientos. Por otro lado generó importantes contactos con humanos que empezaron a llamarlo “amigo”, por su permanente disposición a ayudar con sus ideas en los proyectos que le presentaran. Fue a esos humanos a quienes empezó a confiar su proyecto de vida.

Faltando un mes para el término de las clases de ese décimo año, Blood citó a una reunión a todos aquellos a quienes había contado partes de su idea, tanto académicos como estudiantes, en uno de los auditórium principales de la casa de estudios. Ya que llevaba diez años allí, y su nivel era reconocido y alabado por todos en la escuela de medicina (inclusive su nombre ya sonaba en varias otras universidades), tenía ciertos privilegios de uso de los espacios sin tener que deshacerse en explicaciones. La reunión sería a puertas cerradas, y sólo entrarían sus invitados: de hecho, estando él en la puerta, definitivamente su deseo se cumpliría. Una vez que todos estuvieron ubicados y las puertas fueran cerradas por dentro, se ubicó en el podio y se dirigió a la audiencia, como en cualquiera de sus clases:
-Estimados colegas y amigos. Todos los que están aquí saben que llevo diez años enseñando sin parar, y que estoy satisfecho de lo que he logrado. He ayudado a formar nueve generaciones de médicos, todos de gran nivel y renombre, algunos de los cuales se han quedado en nuestra alma mater haciendo docencia e inclusive se encuentran hoy aquí. Pero este ciclo ha terminado para mí, y todos ustedes suponen o saben el porqué- en ese instante un murmullo se apoderó del auditórium.
-El objetivo de esta reunión no es solamente despedirme, sino también agradecerles y hacerles una invitación. Agradecerles por haberme acogido en su casa como un igual, y permitirme aprender y enseñar-. Espontáneos aplausos brotaron de la audiencia, lo cual incomodó a Blood: lo suyo no era un discurso.
-La invitación que les tengo es a compartir mi proyecto. Pero no tangencialmente como lo han hecho hasta ahora, ayudándome con planos e ideas. En corto tiempo partiré a Slabcastle, mi ciudad natal, y quiero que piensen en acompañarme- en ese instante el auditórium se silenció por completo.-Tienen un año para pensarlo.

Cuando terminó de pronunciar estas palabras el silencio se mantuvo. Inmediatamente Blood tomó sus cosas y salió de la sala, para dirigirse a la rectoría e informar a la directiva de la universidad acerca de su partida. Su ciclo había concluido, debía volver a su castillo en su ciudad y retomar el rumbo de su contradictoria existencia. Luego de quince años recorriendo pueblos y formando gente de modo informal, y de diez años asentado y enseñando con una casa de prestigio que también le dio a él un título y un prestigio, había llegado la hora de capitalizar su sueño final: catapultar a Slabcastle como una capital de la formación y del conocimiento a nivel local, y si todo resultaba bien, en algunas décadas o siglos, traspasar esa capital al planeta completo. Veinticinco años lejos de la losa ya habían hecho algo de mella en él. Los últimos cinco habían sido bastante cansadores, y no sabría cuánto tiempo más sería capaz de soportar algo así. Ya no era tan fácil salir a cazar, lo hacía con menos frecuencia y cada vez costaba más atrapar a sus presas; además, de vez en cuando dejaba alguno de los cuerpos para estudios anatómicos, lo que lo obligaba a cazar el doble, o inclusive a volver a cazar otros animales. Por otro lado debía cumplir con el régimen de clases al que estaba comprometido con la institución y con los alumnos, y no quería dejar de darse tiempo para compartir con el resto de la gente de la universidad, para no quedar encerrado en un solo tema. Y como si todo eso fuera poco, el edificio tenía un gran salón con una de las funciones que mejor conocía Blood: una biblioteca. Por ende, cada rato libre que le podía quedar terminaba siendo usado para leer los interminables textos que abarcaban todas las áreas de la sabiduría; y como los académicos se encargaban de traer novedades de todos sus viajes de perfeccionamiento, los libros se renovaban periódicamente, por tanto la lectura era una verdadera aventura (por lo menos para él).

Una vez hubo conversado con los profesores y oficializado su renuncia, y de haber desechado la posibilidad de una despedida formal y en público, Blood sacó todo el dinero que había guardado esos años y empezó a preparar su partida. Lo primero fue comprar una carreta grande, cubierta, y dos caballos percherones, capaces de llevar la valiosísima carga con que la llenaría. Luego, recorrió en una semana todas las librerías existentes en la ciudad donde trabajaba y en los pueblos de los alrededores, comprando todas las últimas ediciones de libros técnicos y algunas novelas interesantes según su criterio. Consiguió luego, por medio de los profesores que había conocido, instrumentos de medición de todas las profesiones existentes en su casa de estudios; compró además instrumentos musicales y artículos de todas las artes y ciencias creadas y descubiertas hasta el momento. Al terminar de comprar todo lo que necesitaría para iniciar su proyecto, se sentó a mirar el cuarto donde había almacenado sus ideas. El terminar las compras implicaba empezar a llenar la carreta, cerrarla y partir. El cerrar la puerta de la universidad tras de sí implicaba abrir nuevamente las puertas de su castillo. Y el abrir las puertas de su castillo implicaba empezar casi de cero, como había sido siglos atrás. Cuando sus ideas dejaron de ensordecer su cabeza, subió a la carreta, dio dos golpes de riendas a los caballos, y se fue sin despedirse. Quienes quisieran compartir su sueño, llegarían solos en un año a Slabcastle.

Blood llevaba una semana de vuelta en su ciudad y en su castillo, período en el cual no había descargado nada de su carreta, salvo unos papeles con un diseño a escala. Al empezar la segunda semana y sin mediar cambio alguno llamó al administrador.
-Dígame señor.
-Necesito tu ayuda. Nos vamos a mudar.
-…ehhh…-la cara del administrador hablaba por él.
-Sí. Estos papeles son planos, que me ayudaron a hacer en la universidad donde trabajé. Son los planos de mi nueva casa. Es bastante más pequeña que este castillo, pero conservará su forma y estilo. Vamos a tener mucho trabajo.
-Disculpe pero no entiendo el sentido de…
-El sentido es simple. Si volvía a este pueblo es porque tengo un mejor proyecto que seguir enseñando en una universidad ajena. Este castillo, con algunas modificaciones, se transformará en la futura Universidad de Slabcastle. Pero para que esas modificaciones se lleven a cabo, debo tener primero donde vivir. Así que empezaremos a tomar medidas para determinar la superficie que utilizaremos.
-Entiendo. Veamos, supongo que querrá vivir…
-En esta misma losa.
-Pero señor, la cantera está…
-De los materiales me encargo yo. Las rocas de la cantera no me sirven, debo sacarlas yo mismo. No te preocupes, tengo experiencia en ello… Bueno, consigue gente de confianza.
-¿A qué se refiere específicamente con “gente de confianza”?
-Que trabajen mucho y hablen nada.
-Sí señor.
-Y apúrate, que quiero empezar a marcar el sitio de la construcción lo antes posible. El proyecto debe estar listo a más tardar en un año. Y me refiero a la casa y la universidad.

A la mañana siguiente Blood y el administrador empezaron a marcar la losa adyacente al castillo siguiendo al pie de la letra las medidas de los planos. El administrador encontró extraño que no tuviera algún subterráneo, pero si el castillo no lo tenía era por algo; probablemente la losa era muy dura para ser perforada, o muy gruesa, lo que impediría un trabajo adecuado. A vista y paciencia de los vecinos que visitaban la plaza instalada en la losa, hombre y bestia marcaban la posición de los muros externos e internos, la ubicación de puertas y ventanas, pasillos y habitaciones. Una vez terminada la marcación, el administrador le presentó a Blood a los hombres que trabajarían para él: todos eran descendientes directos de los primeros pobladores del lugar, que sabían que Blood no era el hijo del dueño original sino el original. A ellos se les encomendó una extraña tarea para empezar: conseguir varas largas y piezas completas de tela que no se transparentara. Cuando las trajeron, Blood los hizo cubrir todo el perímetro demarcado con las telas enganchadas en las varas. Una vez estuvo todo listo, despachó a todos esa noche a sus casas y los citó al día siguiente temprano para empezar la construcción. Los hombres se miraron más extrañados aún, pero sabían que las preguntas no serían respondidas. En cuanto Blood estuvo seguro de estar solo en el espacio demarcado, se preparó a hacer lo mismo que varios milenios atrás. Miró la losa fijamente, y descargó decenas de violentos puñetazos hasta lograr la cantidad necesaria de piedras para cumplir su tarea. Al parecer su retorno a la losa le había devuelto las fuerzas perdidas de una sola vez, pues la intensidad de los golpes generó un temblor que afectó a todo el pueblo. Al terminar de dejar las piedras con la forma necesaria para que sirvieran de ladrillos y apiladas a los lados de la zona demarcada, Blood volvió a su castillo. Sabía que a la mañana siguiente la losa estaría intacta, probablemente hasta con las marcas en el piso, pero la prudencia le decía que no había que ver el cómo, que aún no era el tiempo. A la mañana siguiente, los hombres contratados por el administrador quedaron estupefactos al ver la gran pila de ladrillos de losa; pero tal como el mismo Blood, los trabajadores se dejaron guiar por la prudencia y no se preocuparon del cómo, había mucho por hacer.