Historia de Sangre ©2007 Jorge Araya Poblete
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Capítulo XXV: Universidad
Seis meses de incesante trabajo terminaron dando sus frutos. Un castillo en miniatura se alzaba al lado de la que por siglos fue la morada de Blood, y que ahora sería la morada de la enseñanza. La gente aún no entendía el porqué del castillo menor, pero sabían que implicaría cambios en la ciudad. Y esos cambios debían ser para mejor, pues desde la partida de Blood y la llegada de quien creían era su hijo, el sitio había perdido todo status, y al parecer sólo la nueva inyección de vida que traía el dueño del castillo podría hacer renacer los días de gloria de Slabcastle. Definitivamente la ciudad dependía de Blood.
El trabajo principal de obra del nuevo castillo había terminado. Ahora venía el período de decisiones. Obviamente las cosas personales de Blood se irían con él; pero ahora había que definir cuáles de sus libros quedaban para su uso y cuáles para la universidad. Las ventajas que tenía eran varias: tanto el castillo como la universidad eran suyas, así que podía hacer y deshacer a su gusto y gana; si bien le gustaban sus libros no tenía vínculos “afectivos” con ellos, pues para él cumplían un fin de aprendizaje y sólo eso (si bien es cierto la biblioteca tenía literatura ésta le aburría); no tenía plazos estrictos para echar a andar el proyecto, sino sólo los que él mismo se había fijado… aunque esos corrían en su contra, pues una vez había fijado una idea y un plazo éstos se cumplían de todos modos. Pero había un detalle que lo empezaba a preocupar: Blood no tenía claridad respecto de cuánto tiempo eran diez generaciones, pero sabía que se estaba acercando el plazo para cumplir el doble del tiempo desde que nació su hijo hasta que su descendiente apareció y casi trastocó su existencia. Si todo lo que él le había dicho era cierto, en cualquier instante podía nacer un nuevo Blood, que de algún modo podía llegar a Slabcastle, y si él no estaba ahí en ese momento podía perder el sueño que tanto le había costado. Pese a que su mente estaba abocada a la concreción material de su proyecto, la parte instintiva de su cerebro no dejaba de avisar que tuviera cuidado en el futuro mediato.
Tres meses después la mudanza estaba lista y Blood habitaba su pequeño nuevo castillo. Habían avanzado bastante en el orden del viejo edificio para darle un aspecto acorde con su visión de universidad pero todavía bastaba mucho por hacer; de hecho, ni siquiera había sacado de su embalaje las cosas que había traído con él para esta idea. De pronto una mañana cualquiera entra a la ciudad una caravana de carros y jinetes a caballo de aspecto diverso. La mayoría eran jóvenes, algunos parecían venir en familias y otros solitarios. Unos cuantos vestían formal, y otros venían con ropajes adecuados a un largo viaje. Los carromatos venían cerrados, sin dejar ver sus contenidos. La caravana cruzó completamente la ciudad, dirigiéndose directamente al castillo grande. Las caras de asombro de los componentes de la caravana al ver las dimensiones del castillo eran iguales a las de los habitantes de Slabcastle al ver a tan heterogéneo grupo. Cuando Blood salió a ver el alboroto en las puertas de su viejo castillo, reconoció inmediatamente a los amigos que había hecho en la universidad. Su sorpresa y satisfacción fue mayor al comprobar que todos aquellos que estuvieron en la reunión de despedida que organizó estaban ahí. La hora definitiva había llegado, y su sueño estaba ad portas de convertirse en realidad. De pie frente a la gran puerta principal del castillo y con un inusual histrionismo, Blood se dirigió a los recién llegados con la voz más poderosa que había sacado en su vida:
-Profesores, colegas y amigos… ¡Bienvenidos a la Universidad de Slabcastle!