El joven rockero estaba extremadamente aburrido. Había perdido una apuesta con su padre y éste sabía exactamente cómo cobrarse venganza de las interminables horas en que el muchacho tocaba batería sin parar, más encima rodeado de una banda de vagos como él que sólo se dedicaban a comer como hambrientos y rellenar sus sedentarias y deformes barrigas con sus cervezas importadas, sin dejar nada para disfrutar en paz. Ahora el muchacho debía acompañar todo el día a su progenitor a una serie de lugares históricos y culturales, partiendo por lo más aburrido que podía existir en el planeta: la visita a una exposición de momias egipcias. Lo peor de todo es que la exposición estaba instalada a unos cuantos metros de un gran centro comercial donde a esa hora sus amigos debían estar comiendo basura chatarra y bebiendo cerveza de dudosa calidad a destajo. La vida no podía ser más cruel simplemente porque no se lo proponía.
A veces el joven era capaz de entender por qué no le gustaba estudiar: parecía que aquellos que sabían cosas se esmeraban en hacerlas parecer aburridas para no perder sus trabajos, o para que se decidieran a estudiar sólo los aburridos y así mantener la raza. La dichosa exposición a la que lo había llevado su padre era un simple bodrio. Cajas de vidrio con cacharros, joyas, piedras y demases puestos en fila india con una iluminación que al parecer buscaba darle cierto aire trascendental o mágico a lo que mostraban, con paredes oscuras que servían únicamente para asegurar que el público se encandilara al salir del salón. Su padre disfrutaba la exposición y además gozaba al ver la cara del muchacho, que no tenía excusa posible para huir del lugar. Pasada una especie de mampara venía otro salón al que costaba entrar, pues tenía lo más notable de la exhibición: las momias. Cuando por fin lograron entrar, se encontraron con una sala más pequeña con seis cadáveres momificados puestos aparte de sus respectivos sarcófagos. Estos últimos podían representar algo de interés por la perfección en su manufactura y por el grado de conservación que presentaban; pero ver cuerpos que alguna vez fueron humanos resecados y con cara de sufrimiento le parecía definitivamente patético.
El joven rockero estaba extremadamente aburrido. Tal era su aburrimiento que empezó a fijarse con detención en las asquerosas caras de las momias, y su imaginación empezó a asociar sus caras con las de personas conocidas: no sabía si era envidia, pero era capaz de jurar que los rostros de las seis momias eran iguales a las de sus seis amigos de la banda de rock. Sólo para cerciorarse envió un mensaje de texto colectivo a los seis celulares de sus amigos. Su alma quedó en su garganta cuando escuchó el tono distintivo de los seis teléfonos al unísono en la chaqueta de su padre...
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