La marea subía y subía rápidamente, no dando tiempo a nadie de intentar salvar sus vidas o pertenencias. El puerto a esa hora de la mañana se encontraba atestado de turistas hambrientos listos a desembolsar su dinero para obtener pescados y mariscos frescos y de buena calidad; por su parte los pescadores artesanales tenían sus botes en la arena y los usaban como verdaderos puestos ambulantes de venta. Todo iba bien, cuando de pronto alguien notó que estaba pisando agua en vez de arena: cuando dio la voz de alerta, todos notaron que el borde costero estaba cien metros más adentro de lo normal. El miedo se apoderó de quienes estaban en el puerto, llevándolos a desatar casi una estampida para escapar lo más pronto posible a tierras más altas y seguras; pero en la medida que avanzaban, el mar lo hacía más rápido, enlenteciendo y complicando su huída.
Después del último gran maremoto, las mareas habían estado muy desordenadas. Cada vez que empezaba a subir descontroladamente, los pescadores buscaban en el cielo a la luna, que casi siempre se veía enorme cuando el mar se desordenaba. Pese a ser de día, los pescadores y muchos turistas buscaron la luna en su huída, viéndola por el oriente de un tamaño descomunal. En esos momentos ya estaba desatada la histeria, pues en el último maremoto la luna se vio también de día y del mismo tamaño.
La marea subía y subía rápidamente, no dando tiempo a nadie de intentar salvar sus vidas o pertenencias. De improviso, y cuando ya muchos empezaban a dejar de huir y se daban por vencidos esperando a que la muerte los envolviera lo más rápido posible en su oscuro manto, la marea empezó a bajar y el mar retornó suavemente a su lugar. Sólo uno de los pescadores alcanzó a notar la presencia de la pequeña luna fantasma, formada por los restos del nacimiento de la luna conocida, que equilibró las mareas desatadas por la luna real apareciendo fugazmente por el poniente, desapareciendo luego gracias a su atmósfera color cielo después de compensar a su veleidosa y temperamental hermana mayor.