La pequeña jugaba feliz con sus padres en el living del departamento. Con cuatro años podía disfrutar de la compañía de sus progenitores todas las tardes de vuelta del jardín infantil cuando ellos habían terminado su jornada laboral. Si bien es cierto tenía muchos juguetes y le encantaba cantar y bailar con los programas infantiles de moda, sus padres la hacían jugar con algo propio: su imaginación. Al menos durante media hora diaria la hacían sentarse en la gastada alfombra al medio de los sillones con los ojos cerrados, le empezaban a contar una historia y ella tenía que decorar en su mente todas las imágenes. Así, la pequeña era capaz de crear mundos enteros sin nada a su alrededor.
Esa tarde sus padres le dijeron que le contarían una historia distinta, y que tenía que hacer lo posible por imaginarla. La pequeña se acomodó en el suelo y cerró sus ojos. Su madre le empezó a contar un cuento acerca de un valle alrededor de una hermosa cascada tornasol, donde las flores danzaban en torno a ella en una especie de ronda multicolor. De pronto y sin mediar relato algunas nubes empezaron a cubrir el cielo opacando los colores del agua y haciendo que las flores dejaran de bailar y se empezaran a marchitar. En medio de esa escena se escucha la voz de su padre que le dice que debe mover las nubes para que todo vuelva a la normalidad. Con sus párpados cada vez más apretados lucha por mover las nubes, hasta que de pronto imagina un torbellino que se las lleva lejos; sin embargo y de la nada el agua empieza a tomar un horrible tinte negro, ante lo cual la pequeña imagina una nube rosada que deja caer lluvia de dicho color hasta que todo queda teñido de su tono favorito y de a poco empieza a recuperar sus colores originales. A los pocos segundos un enorme monstruo de piedra aparece en escena para empezar a romper la vegetación. Desesperada, la pequeña echa mano a toda su imaginación y logra crear un gigante de árboles, flores y nubes, que guía el agua de la cascada y logra derribar al monstruo destructor, recomponiendo su valle de ensueño.
La pequeña jugaba feliz con sus padres en el living del departamento. Luego del extraño cuento que se armó en su cabeza abrió sus ojos algo cansada, con mucha hambre y ganas de comer helado de colores. Su madre y su padre la abrazaron y la llevaron al refrigerador para que comiera directamente de la caja todo lo que se le antojara. Una vez que la pequeña se durmiera tendrían tiempo de descansar y de recuperar fuerzas luego del salvaje combate mental que habían tenido con su hija, a sabiendas que el futuro de los magos del bien estaba asegurado gracias a los poderes de su primogénita.