El sargento Necuñir estaba muy enojado, odiaba cuando lo enviaban a alguna misión simplemente por su apellido. Durante los ocho años de su carrera militar siempre había tenido que lidiar contra los prejuicios de su entorno, y ahora que por fin había logrado el reconocimiento y el grado que merecía, sus superiores seguían tratándolo como una raza más que como una persona: el indio.
Necuñir tenía el peor estigma que puede tener un chileno: ser mapuche. Discriminado y prejuiciado por todo y por todos, el pueblo mapuche siempre ha sido mal mirado en el país. Desde niño Necuñir debió aprender a defenderse de los chilenos, a los que su gente llamaba huinca, palabra que tampoco le gustaba porque sabía que eso no era más que discriminar pero para el otro lado. Día tras día, año tras año, tuvo que aguantar y lidiar contra compañeros de colegio y de liceo que le decían indio a cada rato. Con el paso del tiempo la situación se complicó cuando salió del colegio y decidió que su futuro estaba en el ejército. Luego de tener que convencer a su familia que eso era su futuro y no otro, y de tener que pasar por una loca ceremonia inventada por una tía solterona que decía ser machi, donde lo encomendó a los pillanes para que lo protegieran y le regaló un colmillo perforado colgando de una tira de cuero que hacía las veces de amuleto, logró pasar las pruebas de ingreso. En la escuela de suboficiales siguió su lucha: indio, borracho, flojo, panadero, eran epítetos a los que tenía que hacer frente u obviar dependiendo de quién vinieran. Pese a todo logró graduarse, y luego de un incidente fronterizo con unos cuatreros internacionales, fue por fin ascendido a sargento. Los años de sufrimiento por fin se veían coronados con el signo del triunfo en su brazo.
El sargento Necuñir estaba muy enojado, odiaba cuando lo enviaban a alguna misión simplemente por su apellido. Inteligencia estaba revisando una información acerca del eventual paso de espías desde la frontera argentina, y que se escondían en una vieja y gran caverna conocida como la Cueva de la Serpiente. Como el nombre de la cueva estaba basado en una vieja leyenda mapuche, fue él el elegido para ir a investigar junto con diez soldados a su cargo. Nuevamente el indio tendría que agachar la cabeza y obedecer una orden que tenía que ver con prejuicios más que con capacidades. Cuando ya habían avanzado cerca de trescientos metros en los jeep sin encontrar nada sospechoso, de pronto el vehículo en que él encabezaba el grupo cayó en un hoyo lo suficientemente grande como para romper una de las ruedas delanteras y apagar los focos. Un extraño gruñido provocó la huida de su tropa; cuando logró encender su linterna se encontró cara a cara con un gigantesco ojo que lo miraba con odio y decisión. Instintivamente Necuñir se llevó la mano al cuello para aferrarse al colmillo ritual que lo protegería de Caicaivilú, encontrando en su lugar sólo su placa de identificación militar.