El cartero iba en su destartalada bicicleta por la vereda haciendo su ruta de siempre. Los tiempos habían cambiado bastante y el oficio de cartero no había quedado ajeno a dichos cambios. En la era del correo electrónico la correspondencia estaba reducida a cuentas, promociones, revistas, suscripciones y una que otra carta de persona a persona, cosa que no se veía a veces en meses. Pero además la imagen del cartero estaba mal considerada, ya no era respetada como antaño; dos días atrás un par de jóvenes con poleras de club deportivo le preguntaron por una dirección, y en un descuido lo derribaron y le quitaron su bicicleta, y ahora tenía que usar una que tenía en desuso en su casa.
El cartero iba dando la vuelta en una esquina no muy concurrida. Justo cuando pasaba al lado de un frondoso árbol de grueso tronco y de enormes raíces que ya estaban levantando el pavimento, un sujeto de dimensiones descomunales se cruza en su camino y lo derriba. El miedo se apodera del cartero cuando ve que el individuo monstruoso saca una cuerda amarilla con una marca roja; sin mayor esfuerzo el gigantón estira al cartero en el suelo cuan largo es, y pone la cuerda sobre su cuerpo: luego de eso, simplemente lo deja en el suelo y sigue su camino. El cartero queda casi petrificado en el suelo sin saber qué pasó. De pronto ve aparecer un carabinero que venía hacia ellos, al parecer sin haber notado lo de la agresión. El cartero ve desde el suelo que el tipo, sin mediar provocación, toma del cuello al policía y lo azota contra el suelo, luego de lo cual vuelve a sacar la cuerda con la marca: al ver que la estatura del carabinero medio mareado corresponde exactamente con la marca roja, descarga un certero puñetazo en su frente que azota su cabeza contra el piso aturdiéndolo. Mientras el cartero se pone de pie, es testigo de un espectáculo macabro: de entre sus ropas el tipo saca una especie de espada de forma extraña, y la pasa por el cuerpo del policía de la cabeza a los pies, dividiéndolo en dos mitades. Casi al borde de los vómitos el cartero ve que de pronto aparece una camioneta en la cual el gigante lanza las dos mitades del cadáver del desafortunado policía. Cuando el tipo se aprestaba a huir con sus cómplices, se da vuelta y mira al cartero, luego de lo cual se sube, desapareciendo en el vehículo a una altísima velocidad. El cartero estaba en shock: la muerte del carabinero lo descompensó, pero la imagen del asesino, cuya mitad derecha era diferente a la izquierda, lo dejó paralizado.