El fantasma deambulaba entre los vivos hacía ya doscientos años. Desde el inicio de los movimientos libertarios en latinoamérica, su energía daba vueltas entre los vivos luego de morir asesinado por un mestizo de poca alcurnia, que no se dejó golpear como tantas otras veces y optó por defenderse frente a uno de sus normales arrebatos, propios de la familia de sangre azul a la que perteneció en vida. Luego de morir quiso vengarse de ese desgraciado, y recién ahí supo que su injerencia en el mundo real apenas pasaba por la posibilidad de hacer unos pocos ruidos y mover tal vez uno que otro mueble, no sin un gran desgaste energético, lo que lo llevaría a limitar sus intervenciones; también en ese nuevo estado se enteró que ese mestizo pobre era el amante de su esposa y el padre del menor de sus tres hijos, y que luego de su muerte pasaría a ser el esposo de su viuda gracias a sendas declaraciones que terminaron por aseverar que su asesinato había sido un simple accidente.
El fantasma había aprendido a vivir después de morir. Había entendido que todas las almas eran iguales, que todos los cuerpos eran devorados por los mismos gusanos, y que ninguna de sus pertenencias le pertenecían, pues no dispuso de nada luego de morir. Por doscientos años había tenido que acostumbrarse a ver cómo el resto usufructuaba de sus bienes y de su esfuerzo en vida, y que aquellas cosas que tanto le habían costado dependían finalmente de las capacidades de quien las administrara. Ahora seguía atado a su casona, el único bien que estaba íntegro desde su muerte, y que su familia y descendientes se dedicaron a cuidar y mantener como estaba desde el principio, cuando él la compró a un precio irrisorio a un viejo español que quería volver a su tierra de origen a morir, doscientos veinte años atrás.
El fantasma deambulaba entre los vivos hacía ya doscientos años. No sabía por qué seguía sin poder seguir su viaje al más allá, pero ya estaba acostumbrado a no ser más que un espectro. De pronto su casona se empezó a mover con violencia, gracias a un nuevo terremoto. Ello ya era costumbre para él, cada cierto número de años la tierra respiraba su rabia en la superficie, sacudiendo un poco a quienes la maltrataban; pero en esta ocasión el movimiento se notaba de mucha mayor envergadura que los anteriores. Con temor empezó a notar cómo las paredes se resquebrajaban, y el edificio por fin caía sobre si mismo por su propio peso. En ese instante lo notó: sus tobillos estaban envueltos por las manos de cuatro esclavos que fueron asesinados por el viejo que le vendió la casa, y que creían que era a él a quien retenían. En cuanto la casona se derrumbó las cuatro almas soltaron al fantasma equivocado, dejándolo por fin partir a donde le correspondía, e iniciando ellos mismos su viaje a donde fuera que el universo los llevara.