El joven millonario estaba empezando a sufrir los efectos de la maldición que su ex-novia le había lanzado. Nunca había creído en el poder de los maleficios ni nada parecido, y siempre los había considerado cosa de ignorantes, pero los hechos al parecer le estaban demostrando otra cosa.
El joven era hijo de una acaudalada pareja de empresarios despreocupados de la crianza de sus descendientes. Con su inconmensurable fortuna conseguida a punta de esfuerzo, buenos negocios y la fusión de las herencias de sus dos familias, no tenían tiempo para formar hijos o algo similar, así que contrataron personal adecuado para dichas funciones y se preocuparon que dicho personal buscara los mejores colegios para que al menos uno de sus descendientes se pudiera hacer cargo en el futuro del imperio comercial que ellos mantenían. El muchacho era el menor del grupo, y era quien se encargaba de echarle a perder la vida a todos quienes lo rodeaban; su rebeldía al no tener a sus padres haciendo las veces de padres lo hacía cometer todos los excesos posibles con tal de ser tomado en cuenta. Su asistencia a los colegios era casi un procedimiento legal, para lograr que fuera a clases y que durara más de dos años en cada uno. Al terminar la enseñanza media se dedicó a malgastar la fortuna de sus padres a destajo.
Esa noche andaba en una de las discos de moda. Conoció a una muchacha hermosa que lo cautivó de inmediato y a la cual intentó conquistar, sin preocuparse de estar en compañía de su novia, una joven de ascendencia griega, muy culta y que estaba perdidamente enamorada de él. Cuando la joven vio que su novio descaradamente lo engañaba decidió enfrentarlo, recibiendo de su parte sólo una mirada despreocupada. La muchacha, presa del dolor, empezó a recitar una serie de frases en griego, de la cual el joven sólo entendió una palabra: sarcófago. Muerto de la risa al entender que lo estaba mandando a una tumba, el joven siguió bailando con su nueva conquista.
El joven millonario estaba empezando a sufrir los efectos de la maldición que su ex-novia le había lanzado. La ignorancia heredada de la desidia en el colegio le había impedido entender las raíces griegas de las palabras, y sólo cuando empezó a engullir en medio de la pista de baile a su nueva conquista, dejando de lado huesos y vísceras, aprendió que sarcófago en griego significa “que come carne”.