El genetista estaba oculto en la habitación de emergencia que tenía tras los muros del laboratorio. Ahí esperaba no ser encontrado por la creatura que había brotado de su ingenio y que ahora lo buscaba para vengarse de su nacimiento, acabando con su creador.
El científico era un destacado bioquímico que había hecho varios magister y un doctorado, dedicando su vida a la investigación genética. Sabía que el futuro del ser humano estaba en esa área, y que sus conocimientos eran suficientes como para hacer un verdadero aporte a la humanidad. Luego de años de pruebas, ensayos y por sobre todo errores, había desarrollado un proceso que le permitiría multiplicar la expresión de genes de varios individuos en una sola entidad, potenciando todas las características positivas de diversos científicos para así lograr acelerar el desarrolllo de la humanidad y dar el salto final de la evolución de la raza más inteligente del planeta Tierra. Sus hipótesis eran algo controversiales, pero hasta ese entonces nadie había logrado refutar ninguno de sus hallazgos.
El genetista estaba listo para empezar. Luego de tres intentos serios fallidos en que la multiplicación celular se detuvo sin causa aparente, dos en que los productos detuvieron su desarrollo en etapa embrionaria y uno en que aceleró demasiado el proceso, logrando que el producto naciera, creciera, envejeciera y muriera en no más de cinco minutos, había obtenido las claves para que el proceso ocurriera tal y como él lo había proyectado. Usando muestras de ADN de los mejores científicos e investigadores del planeta, incluyendo los suyos, había creado el código genético perfecto. Terminado el proceso, y luego de veinticuatro horas de replicación controlada, tenía en sus manos una creatura con los conocimientos y capacidades de los más grandes genios vivientes en el planeta.
El genetista estaba oculto en la habitación de emergencia que tenía tras los muros del laboratorio. Su experimento había fallado, pues nunca contó en sus variables que su creatura sería capaz de analizar el transfondo ético de su existencia. Ahora buscaba a su creador para eliminarlo, pues sabía que si su conocimiento se divulgaba, tal como pudo ser creado él se podrían crear cientos o miles más, y que sólo dependería de la torcida mente de cada creador las características del “producto”. La creatura había abierto todas las llaves de gas de los laboratorios y había colocado un temporizador conectado a un chispero. Ahora sólo bastaba con acceder al teclado que abría la puerta de la habitación de emergencia donde estaba su creador, usando la clave que estaba grabada en su memoria genética, para asegurarse de matarlo y que la explosión y el incendio sirvieran para acabar con su propia vida, si es que su existencia catalogaba como tal.