Una verdadera cascada de fuego caía
por cerca de doscientos metros. La lava manaba de un atípico socavón
lateral, cien metros más abajo de la cima del volcán, que daba la
impresión de una catarata de fuego líquido que servía de fuga al
sitio de erupción natural. La tribu no entendía qué pasaba, habían
respetado por decenas de generaciones al dios del volcán, nunca
habían adorado a otro dios. Pese a que el dios del río un par de
veces los había golpeado con grandes crecidas, y el dios sol en
varias oportunidades había secado sus cultivos, no había sido
suficiente como para hacerlos cambiar de culto. La tribu era temerosa
de su dios, nunca habían faltado brujos ni ofrendas familiares,
jamás se les olvidaban las fechas importantes ni los días de
guardar, cada vez que alguien renegaba de su poder o existencia era
rápidamente castigado o hasta asesinado; ni siquiera en la más
terrible de las tradiciones, el arrojar una vez al año a una
doncella virgen habían fallado alguna vez. Y ahora su dios, por
algún extraño motivo, se había enojado con ellos lanzándoles una
cascada de fuego que amenazaba con quemar el pueblo.
La tribu estaba completamente
desconcertada con lo que su dios les hacía. La situación obligó a
que se reuniera el consejo de ancianos con el brujo para decidir qué
hacer, pues si la cascada de lava seguía fluyendo a esa velocidad,
existía el riesgo real de tener que huir y emplazar a la tribu
completa en otro sitio, alejados de su dios, lo que los dejaría sin
su tutela y desencadenaría su seguro fin. Al parecer la única
solución era la más radical: ofrecer una doncella virgen para ser
lanzada al cráter del volcán, pese a que no fuera la fecha de
siempre. El sacrificio era enorme para la familia de la doncella y en
general para toda la tribu, pero si ello aseguraba que no siguiera la
fuga de lava había que hacerlo por el bien de todos.
La cascada de fuego seguía cayendo. El
brujo llegó con la doncella al borde del cráter del volcán; la
muchacha estaba asustada pero decidida a salvar a su gente. Luego que
el brujo recitara las oraciones correspondientes dibujó con un
cuchillo el símbolo del dios en el pecho de la muchacha para luego
arrojarla viva y sangrando a la roca derretida. En cuanto el cuerpo
de la pobre doncella desapareció en la lava, el agujero que daba
salida a la cascada de fuego se cerró. Desde ese día la tribu
entendió que tenían un dios estricto pero benevolente, y el brujo
aprendió que efectivamente tenían un dios al que no se podía
engañar entregándole en sacrificio una doncella que hubiera dormido
con él la noche anterior, a cambio de asegurar el futuro de su
familia y de ser degollada al borde del cráter para no morir quemada
en la lava.