En
las entrañas de la tierra, veinte metros por debajo de las vías del
ferrocarril subterráneo, Manuel dejaba volar su lápiz sobre el
papel. Siempre había sido un soñador desadaptado viviendo en una
familia donde sólo el raciocinio tenía cabida. Desde pequeño le
tocó luchar con espadas de viento contra molinos de acero, y siempre
salía perdiendo por inferioridad numérica: sus padres, hermanos y
abuelos eran estudiantes eternos que salían del colegio para entrar
a la universidad, y una vez fuera de ella arreglárselas para volver
una y otra vez a la siga de diplomados, magister y doctorados que los
mantuvieran al día en los conocimientos por venir. Un día se dio
cuenta que la inteligencia era otra herramienta más para llevar a
cabo sus sueños, y que en vez de desecharlos sólo debía
postergarlos hasta que estuviera en condiciones de concretarlos con
toda libertad. Así Manuel decidió que usaría los genes de su
familia y entraría a la universidad a estudiar ingeniería. Al
terminar la carrera y conseguir su primer trabajo estable tomó sus
cosas y se independizó, antes que empezaran las presiones para que
siguiera el camino académico. Diez años después había logrado
financiar su sueño: comprar una casa de grandes dimensiones en un
condominio de un barrio acomodado con un enorme subterráneo que le
diera la posibilidad de construir bajo tierra a mayor profundidad que
la habitual, para encerrarse a desarrollar sus sueños, y gracias a
su dinero y profesión, verlos hechos realidad.
A
cien metros sobre el suelo, en el piso treinta de una torre de más
de sesenta niveles, Asael mezclaba minerales, vegetales y hasta
derivados animales en sendos tazones de porcelana, más allá de las
leyes de la física y la metafísica. Nacido y criado en una familia
en que lo paranormal era normal, entendió desde pequeño que ciencia
y magia eran distintos estados de la misma naturaleza, y pese a
cierta reticencia de su padre, logró que le permitieran aprovechar
su gran memoria, que usaba sin problemas para aprender decenas de
dogmas, conjuros y demases, para entrar a la universidad a estudiar
algo que pudiera servirle para complementar aquel conocimiento que no
se impartía sino se heredaba de generación en generación entre
elegidos o en línea sanguínea. Así, al cumplir los dieciocho años
y luego de terminar su iniciación en los caminos del ocultismo,
entró a la universidad a estudiar el complemento perfecto para dar
un paso más allá en su desarrollo como ente integral: bioquímica.
Sus habilidades le permitieron concretar sus planes sin mayores
contratiempos, y más encima lograr una estabilidad económica tal
que le dejara la posibilidad de experimentar con la naturaleza sin
preocuparse del día a día.
Manuel
soñaba con el pasado. Sus conocimientos como ingeniero le habían
dado las herramientas para jugar con las propiedades físicas de los
elementos, y luego de mucho ensayar y de dejar de lado las
tecnologías amigables con el medio ambiente (no era fácil conseguir
sol o viento a más de cincuenta metros bajo la ciudad), se decidió
por el romanticismo, la versatilidad y el desafío que implicaba
trabajar con vapor. El diseño de aparatos a vapor implicaba manejar
inteligentemente la pobre energía que daba el carbón para poder
calentar una caldera y generar la temperatura para alcanzar el punto
de ebullición del agua y así iniciar el movimiento de pistones que
llevaran a cualquier artilugio a funcionar. Pero el romanticismo
tenía límites, y ya no era necesario usar un combustible que
generara tan poco calor y tan lentamente si estaba a mano la energía
nuclear. Con pequeñas cantidades de algún material radiactivo
enriquecido podía generar la misma temperatura que toneladas de
carbón quemado; y si era manejado cuidadosa y responsablemente era
absolutamente no contaminante, a diferencia del carbón cuyas
emanaciones a esa profundidad y con las dificultades de ventilación
que tenía eran mortales. Ahora que ya había definido la fuente de
poder y que dicha fuente le ahorraría una gran cantidad de espacio,
podía dedicarse a diseñar libremente su opera prima, que
eventualmente podía convertirse de un momento a otro en la mejor, o
la única a su haber.
Asael
era un apasionado de la metafísica del lejano oriente. Luego de
completar su iniciación en las artes de la nigromancia y terminar su
profesión se decidió por estudiar en profundidad todo lo que
hubiera a mano acerca de las artes mágicas y brujería de China,
cuya mitología estaba llena de seres fantásticos y otros reales
pero potenciados por poderes y características ajenas a su
naturaleza en el plano de la realidad. Decenas de bestias que bien
podrían ser sacadas de laboratorios de biotecnología se paseaban
frente a los ojos de Asael en cada página de manuscritos en chino
mandarín que lograba a duras penas leer por la antigüedad de sus
páginas y la complejidad del protoidioma en el cual estaban
dibujados los caracteres. Sus conocimientos de bioquímica le habían
sido increíblemente útiles al momento de revisar algunas fórmulas
con las que reproducía en sus tazones de porcelana los textos de
medicina natural y magia médica de los chinos. De pronto cayó en
cuenta que podía utilizar dichos conocimientos, algunos contactos y
su dinero como para tratar de llevar al mundo real alguna de las
creaturas que estaba estudiando y mostrarle a todos que se podía
amalgamar ciencia y magia en una disciplina para el futuro de la
humanidad. Al fin había encontrado el punto de confluencia de sus
dos pasiones, y tenía los medios disponibles de ambas para llevar al
mundo tangible la ilusión que manejaba en su mente.
Manuel
dedicaba tres o cuatro horas diarias a trabajar en su subterráneo.
Luego de llegar a su casa después de cinco o seis horas exclusivas
trabajando en terreno en las obras que hacía su empresa, y de un par
de horas de consultoría a empresas e instituciones extranjeras,
volvía a su casa para compartir con su esposa y sus dos hijos, y
luego de ello bajar al subterráneo normal de su hogar donde estaba
el ascensor con llave con el cual accedía al verdadera galpón
cincuenta metros más abajo en el cual se dedicaba a cristalizar su
sueño. Después de varios meses de ensayos en que había logrado la
seguridad necesaria para su trabajo con combustible radiactivo y que
había afinado la técnica para fabricar mejores sistemas de pistones
a vapor, por fin podía empezar a trabajar en su proyecto a tamaño
natural. Los planos estructurales estaban listos, los diseños de
estilo y decorativos también, así que sólo faltaba poner manos a
la obra y empezar a ver resultados en el mediano plazo: con lo
alocada que era su idea debía trabajar solo para no generar
conflictos con quienes lo rodeaban. Ni siquiera su familia estaba al
tanto de lo que él hacía al desaparecer en la entrañas de la
tierra al cerrarse la puerta de su elevador privado.
Asael
estuvo trabajando concentrado varios días en la traducción literal
del manuscrito chino que había elegido como texto de referencia para
recrear alguna creatura mitológica en el presente, gracias a los
arcanos conocimientos de la magia universal y el empujón final de la
biotecnología. Si bien es cierto sentía que muchos de los pasos
desde la óptica científica estaban de más, por respeto a los
autores y a la herencia de sabiduría ancestral de su familia no se
saltó ninguno. Luego de terminar de transcribir todo el texto se
dedicó a conseguir y a encargar todos los materiales descritos: las
hierbas y minerales no eran problema, la piedra de tope estaba en
algunos extractos animales de difícil obtención por las leyes de
protección de la fauna existentes en el presente. Dentro del listado
había algunas hierbas y raíces con nombres no traducibles, así que
consiguió que un amigo suyo que andaba de vacaciones en China se
diera el trabajo de recorrer viejos mercados para conseguir los
insumos o al menos el nombre y así saber qué buscar; un par de
semanas después llegó al departamento una encomienda con bolsas con
hojas y raíces secas molidas con sus nombres en castellano: “ala
de murciélago”, “huesos de serpiente” y la de nombre más
curioso, “espíritu sagrado”. De inmediato las sacó para
pesarlas e incluirlas en sus tazones, pues era lo único que le
faltaba, antes de llevar todo al laboratorio donde incluiría el
ingrediente final, fruto de su inventiva y dinero.
Manuel
trabajaba febrilmente soldando las piezas para hacer los pistones que
harían las veces de músculos de su creatura. Había logrado en seis
meses armar todo el esqueleto de su idea, usando y abusando del
aluminio para lograr un sustento liviano pero firme para su invento.
Con gran prolijidad trabajó a mano todas y cada una de las piezas de
acero que articularían a las grandes estructuras de aluminio,
logrando que el encaje de continente y contenido fuera tan perfecto
en todos los casos que la necesidad de lubricante fuera mínima y
facilitara el desempeño de su esperpento una vez estuviera armado.
Había encargado a una empresa experta en el rubro la fabricación de
los contenedores para el uranio radiactivo según su diseño, dejando
para sí la hechura de la caldera de agua y las tuberías que
surtirían de vapor hirviente a cada pistón encargado de mover el
esqueleto de aluminio. El estudio de las presiones necesarias en cada
parte del artefacto se había hecho y repetido en varias ocasiones,
asegurando que una vez que todo estuviera armado el sistema de fuente
nuclear y tuberías serían capaces de mover cada una de las piezas
según estaba planificado.
Asael
llegó al laboratorio. Estaba nervioso al tener que llevar esa
extraña pasta a un laboratorio de biotecnología para concretar
aquello que debería haber logrado con una piedra filosofal que nunca
pudo conseguir. Ahora sería la mezcla de exposición a la radiación
más un proceso de clonación lo que le daría el sustrato para la
parte final de su proyecto. Lo más complicado era que una vez que la
irradiación y la clonación del ADN extraído a esa pasta
concluyeran, debía hacer una ceremonia en el acto, sin la cual todo
lo activado por la ciencia se inactivaría en un santiamén por obra
y gracia de la naturaleza; ello implicaba que los científicos
encargados de ambos procesos lo verían haciendo dicho abracadabra,
lo cual podría incidir negativamente en su fama a corto plazo. Por
eso es que además de lo necesario se había aperado de una pócima
que borraría sus memorias una vez que la hubiera lanzado al aire
gracias a un frasco con atomizador; de todos modos llevaba su
chequera por si el efecto no era el deseado y necesitaba comprar
silencio. En cuanto terminaron el proceso de la muestra y lograron
una célula con el material genético completo, Asael empezó a
recitar una letanía que hizo vibrar las paredes de vidrio doble que
aislaban la sala de clonación del resto del recinto. A medida que
Asael murmuraba más y más suave el conjuro, más crujía todo a su
alrededor; de pronto y frente a los asombrados ojos de los
científicos, la placa de vidrio donde estaba la muestra empezó a
oscurecerse y a dar lugar a una estructura que lentamente tomó una
característica forma ovalada. Dos minutos más tarde la célula
clonada había evolucionado a un huevo gris oscuro voluminoso, del
triple del tamaño del huevo de una gallina; diez segundos después
Asael se despedía de los confundidos científicos que habían
olvidado qué estaban haciendo ahí luego de recibir el rocío del
atomizador de manos del bioquímico brujo.
Manuel
estaba cansado y adolorido. El tamaño de su proyecto resultó mucho
mayor de lo que tenía planificado, pues los cálculos estaban hechos
en base a la estructura del esqueleto y la maquinaria necesaria para
que funcionara, pero no consideró los exteriores y las terminaciones
del artefacto. Si bien es cierto no se alteraba mucho el
funcionamiento del proyecto, podía provocar problemas en el
rendimiento del combustible de su creación, además del
empobrecimiento de la estética del esperpento al que cariñosamente
definía como “máquina a vapor nuclear”. Ello lo llevó a tener
que derribar antes de tiempo el techo del galpón subterráneo,
dejando el túnel de cincuenta metros de profundidad (o altura
dependiendo de donde se encontraba) completamente libre, y así dejar
crecer su obra sin más limitaciones que las que la su imaginación
impusiera. Obviamente ahora podría dedicarle más tiempo a su lado
artístico para embellecer los exteriores de su creatura, montar y
articular de una vez todas las secciones que había armado por
separado por el problema del espacio, y perfeccionar los mandos a
distancia: si alguna vez iba a entrar a manejar el esperpento,
primero debía probar su seguridad por medio de ensayos a control
remoto. Si todo salía bien, lograría tener su creación lista
dentro del plazo que él mismo se había fijado.
Asael
llevaba varias semanas incubando el huevo. Había buscado en todos
los manuscritos disponibles hasta encontrar alguna referencia de cuál
era la temperatura adecuada para permitir el desarrollo del producto
dentro del huevo; no quería arriesgarse a cocinarlo o a que no se
lograra desarrollar. Sabía que una de las virtudes de un buen brujo
era la paciencia, y aunque no quisiera debía cultivarla: ya había
usado un conjuro en el proceso, y si intentaba utilizar un segundo
para apurar las cosas el resultado podría arrancar de sus manos. Ese
día venía llegando de vuelta de su trabajo cuando notó que en la
incubadora el sensor de movimiento acusaba los primeros crujidos
previos a la eclosión. Rápidamente tiró sus cosas a uno de los
sofás del living y partió corriendo al otro extremo del piso para
ser testigo presencial del resultado de su trabajo. Con emoción y
mucho orgullo vio cómo la cáscara crujió y de a poco se abrió un
agujero en ella que de inmediato se extendió como fisura por el
diámetro mayor del óvulo hasta alcanzarse a sí misma del otro
lado. De improviso vino el crujido final, dando paso a la
irreversible fractura final: de entre los restos una figura alargada
verdosa empezó a abrirse paso entre los restos del huevo, empezando
de inmediato a crecer apresuradamente. La cara de desilusión de
Asael era evidente, algo había fallado en alguna parte del proceso,
dando como producto una serpiente que crecía sin control. Pero del
mismo modo en que el desánimo lo había invadido, una brusca oleada
de satisfacción lo inundó: luego de un extraño alarido que salió
de la alargada boca dentada de la criatura, una suerte de corona se
extendió por detrás y encima de sus ojos, dos pares de extremidades
empezaron a surgir de su ya grueso y extenso cuerpo, y algo por
encima de sus recientes hombros un par de gigantescas y esplendorosas
alas de murciélago crecían a la par de su acelerado desarrollo.
Manuel
estaba terminando su máquina. Había completado el pulido de cada
una de las placas que como escamas cubrían por completo su creación,
y que cuando vieran la luz del sol brillarían y enceguecerían a
cualquiera que intentara fijar su vista en ella. Ahora estaba en la
fase de prueba de todos y cada uno de los sistemas de vapor: tomando
los resguardos que le hizo el fabricante del contenedor radiactivo
había activado la fuente nuclear que rápidamente llevó al agua de
la caldera al punto de ebullición, dándole la potencia necesaria
para empezar a mover, gracias al mando remoto, uno por uno los
pistones que movían los huesos de aluminio articulados por sendas
coyunturas de acero. El movimiento era perfecto, y como era de
esperar de inmediato empezó la fuga de vapor entre las junturas de
los pistones, que pese a estar encamisados no eran capaces de impedir
que el agua vaporizada buscara por dónde huir de su destino de
empujar y traccionar dentro de cada cilindro lubricado. Así, a los
pocos minutos de iniciada la prueba la máquina parecía estar
transpirando copiosamente por entre las escamas que la cubrían. De
pronto un indicador en el mando a distancia le dio la señal: la
presión del vapor era demasiado elevada en la caldera, haciendo que
los remaches y las válvulas de distribución corrieran riesgo de
explotar. Había llegado el instante de liberar un poco de la presión
por los tubos de salida ubicados en el extremo superior de la
creatura: tal como lo había imaginado, el diámetro de los tubos no
fue suficiente, así que la salida provocó una importante vibración
en forma de bramido que le daba el toque fantástico a su ingenio,
casi como si tuviera vida. Todo estaba listo para el paso final:
elevar el aparato y probar la aerodinamia de la cubierta de escamas.
Una
explosión en el piso treinta de la torre remeció todo el edificio y
regó de restos de vidrio el pavimento cien metros más abajo,
haciendo que los transeúntes buscaran resguardo y guiaran sus
miradas a las alturas para poder satisfacer su curiosidad. De las
ventanas reventadas salió una imponente llamarada de más de
cincuenta metros de extensión paralela al suelo acompañada de un
espeluznante bramido. Casi en el acto un gigantesco dragón de
treinta metros de largo y cincuenta de envergadura salió volando
raudamente y empezó a revolotear alrededor del edificio como
buscando algo o a alguien, provocando una estampida de individuos y
vehículos hasta una distancia prudente como para seguir curioseando.
Algunos segundos después Asael se asomó por la destrozada pared de
vidrio de su departamento para ubicar a su dragón y empezar a guiar
sus acciones recitando las instrucciones en chino. En cuanto la
bestia escuchó en su cabeza las órdenes de su creador comenzó a
planear alrededor de la manzana en la que se encontraba el edificio a
mayor altura, hasta que un nuevo mensaje guiara su vuelo.
Un
fuerte remezón en la plazoleta contigua al condominio de una
intensidad similar a un temblor de seis grados hizo huir espantados a
quienes estaban a esa hora disfrutando de los escasos lugares con
tierra, pasto y árboles de la ciudad. La fuerza del movimiento se
incrementó pasados los segundos hasta que de pronto la superficie de
la plaza empezó a levantarse como si estuvieran en presencia del
nacimiento de un volcán citadino. De improviso la tierra bajo el
montículo pareció explotar lanzando cemento y vegetación hacia
todos lados; pero cuando los curiosos esperaban ver salir lava, signo
casi inequívoco del principio del fin de ese pedazo de ciudad, un
imponente chorro de vapor de más de treinta metros de altura
acompañado de un agudo sonido de silbato metálico salió de las
entrañas de la tierra. Tras el chorro un impresionante último
remezón se dejó sentir, para que tras éste saliera volando una
especie de misil metálico de cerca de treinta metros de altura, que
en cuanto abandonó por completo la tierra desplegó sendas alas de
cincuenta metros de envergadura e inició un espectacular ascenso
dejando una estela de agua evaporada a su paso y reflejando el brillo
del sol por doquier. Un minuto después Manuel salía del ascensor y
corría por las escaleras hasta llegar al patio de su casa, dentro
del condominio. Llevaba puesto una especie de casco de fibra blanda
lleno de sensores que transformaban sus ondas cerebrales en órdenes
para su dragón de acero y aluminio movido a vapor y uranio
radiactivo. Una vez que comprobó que el esperpento era
aerodinámicamente funcional, lo guió hacia la torre del dragón de
Asael.
A
doscientos cincuenta metros de altura, cincuenta metros por sobre el
penthouse del edificio, el dragón de Asael y el de Manuel
revoloteaban amenazantes. Girando ambos en el sentido de las agujas
del reloj y manteniéndose equidistantes en el círculo que trazaban,
parecía que en cualquier instante acelerarían su vuelo e iniciarían
un torbellino que acabaría con todo y todos a su alrededor. Las
miradas de la ciudad y los medios de comunicación confluían hacia
la torre y las bestias aladas que la circunvolaban sin aparente mayor
preocupación o apuro. De un momento a otro y sin mediar provocación
o señal evidente el dragón a vapor giró en ciento ochenta grados y
se encontró de frente con la bestia de carne, sangre y huesos,
iniciando una feroz contienda en el cielo, golpeándose y
desgarrándose escamas de acero y piel con manos y patas,
mordiéndose, cabeceándose y chocando sus alas con violencia y odio.
El combate aéreo era apenas comparable con la lucha de las águilas
en las alturas, enganchadas ambas bestias en busca de la muerte o
rendición de su rival. Los golpes iban y venían, hasta que de
pronto el dragón vivo logró empujar con sus patas el abdomen de la
bestia a vapor alejándola unos veinte o treinta metros, distancia
suficiente como para lanzar por sus narices una esplendorosa
llamarada que no alcanzó a llegar a destino pues en el mismo
instante el esperpento de metal lanzó dos potentes chorros de vapor
de agua desde los tubos de liberación de presión ubicados en los
agujeros que correspondían a las fosas nasales; ese fue el evento
esperado por el dragón vivo para describir en el cielo un pequeño y
rápido semicírculo que le permitió alcanzar la espalda del
esperpento y atacar con todas sus fuerzas los pistones que movían
sus pesadas alas. La creatura metálica logró desembarazarse
rápidamente de su rival rotando sobre su eje pero sin lograr evitar
el daño: si bien es cierto los pistones resultaron indemnes, las
articulaciones de acero de las alas se quebraron dejándolas en
posición de flecha lo que provocó que el monstruo de metal se
precipitara en caída libre hacia el pavimento. El dragón de carne y
hueso bramó su triunfo al viento retomando la altura inicial, pero
se apresuró demasiado: cuando faltaban cerca de cincuenta metros
para azotarse contra el piso y desencadenar una catástrofe
inconmensurable, el dragón de metal y vapor curvó su cuerpo y cola
de un lado y lanzó un potente chorro de agua presurizada por detrás
de sus patas posteriores, logrando describir un arco que le permitió
quedar con la cabeza apuntando hacia su rival. Aprovechando el
impulso el esperpento se lanzó a máxima velocidad contra la
criatura impactándola con la cabeza bajo el cuello y abrazándose a
ella con sus cuatro extremidades, arrastrándola consigo hasta los
diez mil metros de altura, donde se produjo lo inesperado: el
recalentamiento de la caldera elevó a tal nivel la temperatura del
esperpento que fundió los receptáculos de uranio provocando una
reacción en cadena que hizo que ambas bestias estallaran en el
cielo, sumándose a ello la irradiación inicial que requirió la
mezcla de materiales para generar la célula que se clonó en el
laboratorio y que dio origen al huevo del dragón. A ras de tierra
los ojos y las cámaras vieron a las dos bestias alejándose de la
superficie a gran velocidad, y luego de unos instantes un violento
resplandor que tomó la forma de un gran óvalo amarillo brillante,
que a los pocos segundos descargó una fuerte ráfaga de viento sobre
todos quienes seguían el espectáculo.
Manuel
caminaba algo mareado por la calle luego de haberse sacado el casco
que le sirvió de control remoto, el esfuerzo de pensar cada
movimiento para que su dragón lo ejecutase lo había dejado en malas
condiciones, pero sin causarle daño alguno: sabía que luego de doce
horas de sueño volvería a la normalidad. Mientras caminaba a los
pies del edificio tratando de esquivar los vidrios rotos esparcidos
en el pavimento, vio salir por la puerta principal a un hombre de
contextura media, que se veía tan mareado como él.
Asael
salió del ascensor luego de bajar los treinta pisos afirmado de la
pared de vidrio, pese a lo cual seguía tan mareado y cansado como
cuando terminó de darle órdenes telepáticas al dragón antes de su
repentina muerte. Si la telepatía en sí le era complicada, dar
mensajes en chino era de una complejidad suficiente como para agotar
a cualquiera en esas condiciones. Al llegar a la salida del edificio
vio acercarse a un hombre de contextura media, que se veía tan
mareado como él.
-Asael.
-Manuel.
-¿Empate
otra vez?
-Sí,
de nuevo. El próximo desafío lo planteas tú.
-Está
bien, tengo un par de ideas en carpeta. El lunes te llamo entonces.
-Bueno.
Saludos a la familia.
-En
tu nombre. A la próxima te derrotaré.
-En
tus sueños...
FIN