El atardecer era el instante del día
más esperado por la muchacha. Cada vez que veía el juego de tonos
rojizo anaranjados que generaba la luz del sol al pasar a través de
las delgadas y altas nubes, su alma entraba en una suerte de oasis de
paz que le permitía soñar con una vida mejor. Su vida no había
sido de las mejores hasta ese instante, a veces cuando se acostaba
rogaba por no despertar y al levantarse deseaba seguir durmiendo
eternamente, pero la llegada del atardecer parecía renovarla al
menos por un rato.
La muchacha era hija de pobres, y había
tenido la mala idea de enamorarse muy joven de alguien más pobre que
ella, que no tenía los medios para siquiera mantenerse a sí mismo,
ni las intenciones de preocuparse de alguien que no fuera él. Así,
con dieciséis años la muchacha ya tenía dos hijos bebés a los que
apenas alcanzaba a alimentar con lo poco que conseguía cuando podía
dejarlos al cuidado de alguien y tenía la posibilidad de hacer algo
productivo. Pero ella era una niña mujer empeñosa, y pese a todas
las adversidades, odios, persecuciones e injusticias, saldría
adelante por ella y sus dos hijos. Ya habría tiempo en el futuro
para pensar en alguien que la acompañara en su camino, que hiciera
las veces de padre de sus hijos, y que la aceptara tal como era ella,
por ahora sólo debía estar enfocada en su única prioridad.
El atardecer era el instante del día
más esperado por la muchacha. Ese lapso mágico de tiempo en que la
naturaleza entregaba su máximo abanico de colores era sencillamente
impagable; por ello debía disfrutar esos veintiún días del mes en
que el atardecer era de ella. Los otros siete, esos días de
plenilunio, eran los que usaba su naturaleza para sobrevivir el resto
del tiempo; de todos modos esos siete días eran los preferidos por
sus dos hijos, pues les encantaba ver cómo su madre se llenaba de
pelos, gritaba y se deformaba mientras se transformaba en lobo al
salir la luna llena luego del atardecer, y terminada la noche llegaba
con las fauces llenas de carne humana para alimentarlos luego de
masticarla con su afilada dentadura. Además, nadia aullaba como
mamá.