La doncella caminaba entre los viejos
árboles del bosque milenario, tratando de encontrar el camino a
casa. El denso bosque, lleno de enormes árboles que dificultaban el
paso de la luz y de los seres vivos, era una extraña mezcla de vida
y muerte, gracias a su antigüedad: en la zona central los árboles
se habían petrificado, gracias al paso de cientos de milenios. Así,
la periferia de dicho bosque era un lugar lleno de vida, con olor a
humedad y naturaleza; mientras tanto el centro se asemejaba más a un
altar prehistórico, plagado de tótems de decenas de metros de
altura, en cuya construcción no hubo concurso humano.
La bella doncella se movía
despreocupada entre los troncos, y se entretenía subiendo sus faldas
para poder saltar las gruesas raíces que sobresalían de la tierra,
creando una suerte de cancha de obstáculos, colocada ahí sólo para
su entretención. El camino sin huella le era conocido, por lo que ya
había perdido el miedo a recorrerlo a solas; los animales del bosque
no eran peligrosos, así que la doncella podía transitar a sus
anchas y demorarse el tiempo que quisiera en el trayecto. Además, la
gente de los pueblos cercanos era temerosa y supresticiosa, así que
la gran mayoría prefería rodear el bosque a internarse en esa
extraña zona de la comarca.
La joven doncella estaba por llegar al
sector del bosque petrificado, disfrutando aún del canto de las aves
y de la luz del sol que llegaba entrecortada a la superficie de la
tierra, al tener que pasar entre las frondosas copas de los árboles
y dejar sus rayos capturados en dicho follaje. Cuando estaba a no más
de diez metros del término de la naturaleza viva, apareció frente a
ella un desaseado ladrón, que había quedado casi paralizado al ver
los tobillos de la joven cuando ella se levantó las faldas para
avanzar más rápido y llegar luego a destino. Las pasiones exaltadas
por la imagen de la muchacha lo habían llevado a decidir asaltarla,
a sabiendas que si alguien lo llegaba a capturar, tendría asegurada
una muerte lenta y dolorosa. La doncella vio que el truhán la
amenazaba con un cuchillo largo, a lo que ella simplemente reaccionó
con una inocente sonrisa y una mirada que se perdió en los ojos del
criminal.
La joven por fin encontró el camino a
casa. Luego de forzar con su mirada al delincuente a apoyarse en uno
de los árboles que lindaba con la zona petrificada, el árbol lo
capturó, lo envolvió en su corteza y se petrificó en el acto,
robando su alma para siempre. La joven luego caminó entre los
árboles de piedra, y al llegar al claro que quedaba al centro de esa
parte del bosque, retomó su forma mineral hasta el día siguiente,
en que nuevamente saldría a cazar el alma de algún desgraciado,
para mantener vivo su hogar.