La niebla parecía envolver todo en ese
sector de la ciudad. Las luminarias públicas parecían fantasmas en
altura que guiaban los pasos de las almas aún encarnadas que
avanzaban por la calle, dejando ver apenas la forma humana y en
algunos casos la cara o al menos, los ojos. De vez en cuando entre la
espesa niebla se veían aparecer dos puntos brillantes a la distancia
que avanzaban lenta y cadenciosamente a baja altura, hasta llegar a
evidenciar su forma y el característico movimiento de cola al ver a
algún humano, en espera de algo de comida o alguna caricia, y
tratando de evitar una que otra alevosa patada de quienes odian o
temen a los perros callejeros. El frío gobernaba esa hora de la
madrugada, asi que los pocos que transitaban lo hacían con algo de
temor y ciertamente con celeridad, tratando de llegar luego a destino
para lograr tranquilidad y abrigo.
Una silueta tal como todas caminaba por
la acera envuelta en chaquetas, gorros y bufandas para sobrevivir al
frío, tratando de llegar a su hogar como todas las siluetas; lo
único que la distinguía de las otras era la ausencia del típico
vapor que expele la nariz o la boca al contacto del aire caliente de
la respiración con el aire helado del ambiente. De todos modos a esa
hora pasaba casi desapercibido dicho detalle, más aún cuando casi
toda la gente caminaba mirando al suelo, para evitar caerse o tratar
de mantener algo más encerrado el calor corporal. La silueta seguía
avanzando incólume a través del frío, sin parecer llegar a ninguna
parte. Su marcha era firme y continua, cortada apenas por los cruces
de calles a los que se acercaba con prudencia para evitar ser
atropellado, y que terminaba cruzando al trote para apurar su
destino.
La silueta seguía su peregrinar
nocturno, sin llegar a destino. A veces se detenía largos segundos a
reconocer las calles y encontrar un rumbo que a todas luces parecía
haber perdido, o inclusive nunca haber tenido. De pronto el nombre de
una de las calles le pareció conocido, siguiendo dubitativo por
algunos metros hasta tener la certeza de estar en la senda correcta.
De ahí en más su andar se aceleró hasta llegar al trote, como si
estuviera desesperado por arribar a su destino; de pronto vio el
edificio del cual había salido varias horas atrás, y notó que su
ausencia había pasado desapercibida, por lo que podría entrar sin
llamar la atención de nadie y volver a su tranquilidad de siempre.
En cuanto entró se dirigió a la sala, se sacó las vestimentas y
buscó el sarcófago para acostarse y volver a soñar con su amado
Nilo, que vería en cuanto acabara la exposición y devolvieran sus
restos al museo del cual nunca debió salir.