Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, enero 30, 2013

Huida

A medida que la hora avanzaba, los pasos de Alejandro se hacían cada vez más y más lentos. Luego de más de siete horas caminando, sus músculos se negaban a responder, protestando por medio de calambres y fatiga por la interminable tarea a que se habían visto sometidos. Sin importar aquello, y superando a cada paso el dolor, el joven seguía moviéndose hacia su objetivo final.

Alejandro era un joven estudiante de filosofía que enfrentaba la realidad desde el púlpito del ateísmo, único dogma plausible a su entender, por el hecho de carecer de todo lo que define a un dogma como tal. Así, pasaba sus días estudiando a los grandes pensadores de la historia de la humanidad para rescatar de cada uno los lineamientos suficientes como para entender la esencia de todo lo que lo rodeaba, basado en los preceptos del raciocinio y la argumentación lógica: si alguien quería que llegara a creer en algo, debería traer más pruebas que algún viejo libro de incierto origen y cruel evolución. Los dogmas eran entretenidos en el deporte y tolerables en la política, pero en el pensamiento eran un insulto, una bofetada a la cara de la racionalidad.

Esa tarde Alejandro estaba estudiando justamente corrientes religiosas, y se encontraba revisando una de las partes más patéticas del imaginario religioso: las posesiones por entes del mal. En un principio llegaba a ser casi entretenido leer cómo algunas personas extremadamente inteligentes habían sido capaces de inventar una suerte de realidad paralela donde seres invisibles del bien y del mal se peleaban por conquistar las almas de los seres humanos. El alma, esa suerte de soplo vital incomprensible e inexistente, era capaz de explicar con sencillez lo que los científicos ya sabían de antemano pero explicaban en términos inaccesibles para el común de las personas. Así, los creadores de las religiones idearon mundos paralelos capaces de explicar todo con una simpleza que fue capaz de cautivar a quienes no gustaban de pensar, y cuyos preceptos eran alcanzados por medio de un proceso simplemente espectacular: la iluminación divina. Era innegable, había que ser extremadamente inteligente y racional para crear algo tan irracional y mantenerlo por milenios en pugna con las ciencias.

Mientras pasaban las horas y la tarde se hacía noche, Alejandro se adentraba en los argumentos basados en los diversos dogmas, que justificaban la necesidad de la existencia de personas especializadas en luchar contra el mal, como forma de proteger a la humanidad del ataque de quienes buscaban apoderarse de las almas de la gente de bien. De pronto Alejandro vio frente a sí lo que necesitaba: ese era el tema adecuado para hacer su tesis final de carrera, un análisis desde la racionalidad acerca de la lucha de las religiones contra los demonios. El muchacho de inmediato empezó a buscar en los datos del autor de uno de los textos más actuales que estaba leyendo, información de cómo contactarlo para entrevistarlo y poder adentrarse en la esencia de quienes creían, conocían y defendían dicha lucha. Un par de búsquedas por internet y algunos correos electrónicos le permitieron concertar la anhelada entrevista para empezar con el trabajo investigativo de su tesis.

Alejandro llegó a la casa del autor del libro, vestido con ropa semiformal, con su computador portátil, una grabadora y una copia del libro escrito por su entrevistado. En cuanto llegó el viejo sacerdote lo invitó a sentarse y partió a buscar algunos documentos para empezar a conversar. De pronto, el viejo se acercó con una pequeña botellita, con la cual le arrojó ácido a la piel, provocándole de inmediato llagas y quemaduras que lo hicieron salir huyendo lo más rápido posible de ese extraño lugar.

A medida que la hora avanzaba, los pasos de Alejandro se hacían cada vez más y más lentos. Luego de más de siete horas huyendo del exorcista, ya no daba más y necesitaba descansar para recuperar fuerzas. El viejo sacerdote parecía tener una resistencia sobrehumana, pues cada vez que creía haberlo perdido, sentía el rocío del ácido que el viejo loco le lanzaba a corta distancia. La piel de su rostro y brazos ardía y sangraba, y el joven tenía miedo que el ácido cayera a sus ojos y lo dejara ciego. De pronto un fuerte empujón lo derribó, quedando tendido de espaldas en el suelo: el sacerdote lo había encontrado, y se aprestaba a terminar de quemarlo para acabar con su vida y acallar su investigación. Con espanto vio cómo el anciano seguía rociando el urente líquido sobre él, mientras recitaba conjuros en latín; Alejandro cerró los ojos para esperar su inevitable muerte, al ver que el anciano se agachaba sobre él con una pequeña daga. Sin embargo, en vez de sufrir el puñal entrando en alguna parte de su cuerpo, sintió que el anciano lo colocó sobre su pecho, lo que de inmediato calmó sus dolores, curó sus quemaduras y abolió su otrora obsesiva necesidad por luchar contra una fe que ahora no le parecía tan mala. El viejo sacerdote lo ayudó a incorporarse, para luego guardar su cruz en forma de daga y la botellita de agua bendita: nuevamente el poder divino había liberado a un pobre joven de las garras del demonio de la razón.

2 Comments:

Blogger Unknown said...

No hay caso... el ateísmo se paga caro.

12:43 a.m.  
Blogger Javier Maldonado Quiroga said...

En un primer momento pensé que el texto se ponía de parte del ateismo, pero luego da un giro interesante, al ser ese mismo joven quien se encontraba poseído. Lo único que me hace ruido, insisto, es que tus textos los siento demasiado comprimidos.

Saludos

11:33 a.m.  

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