Los pasos de la muchacha se escuchaban
a metros de distancia, pese al esfuerzo que hacía por avanzar en
silencio. El chapoteo de sus zapatillas en las posas formadas en el
suelo del túnel de drenaje, junto con el tamaño de la estructura y
el silencio del resto de las criaturas, hacía que su presencia fuera
imposible de ocultar. La muchacha caminaba casi a ciegas, afirmada de
una de las paredes del gran ducto, tratando de encontrar una salida
de ese lúgubre sitio e incómoda situación. Las imágenes de los
recuerdos aún estaban algo borrosos en su mente, producto del
alcohol y la euforia.
La muchacha estaba a punto de casarse.
Esa noche era su despedida de soltera, y sus amigas le tenían una
sorpresa insospechada para ella. Luego de sacarla de su oficina a la
hora de salida con una venda sobre sus ojos y hacerla dar vueltas por
más de media hora mientras le daban a beber de una botella de ron a
cada rato, llegaron al incierto destino. Cuando la chica abrió los
ojos, luego que le sacaran la venda, se encontró en una especie de
cabaret con todas sus amigas y un musculoso bailarín, que terminado
su espectáculo y ya sin nada de ropa, se ofreció a tener sexo con
ella a vista y paciencia de sus compañeras de trabajo, lo que fue
aceptado por la joven sin reparos: era su última noche de soltera, y
si no contaba con la complicidad de sus amigas, al menos podría
culpar al alcohol de su desenfreno. Al terminar de dar rienda suelta
a sus instintos con el bailarín, la noche se tornó cada vez más
borrosa, hasta perder por completo el conocimiento.
Cuando la novia abrió los ojos se
encontró en un túnel húmedo y oscuro, que por su inconfundible
olor debía corresponder a alguno de los drenajes de la ciudad. Luego
de maldecir a sus amigas y a su líbido, la chica empezó a avanzar
escuchando el eco de sus pasos en el piso de piedra del nauseabundo
pasadizo, hasta que de pronto el sonido cambió por el típico
chapoteo al pisar posas de agua: si tenía suerte, eso quería decir
que estaba cerca de alguna salida a la superficie, por lo cual sólo
debía tratar de encontrar la escalera que la sacaría de ese lugar,
que debía corresponder con alguna zona al menos pobremente
iluminada. La muchacha llegó a un sector donde se veía una tenue
claridad, y que correspondía con una barrera que bloqueaba el paso
del túnel, de un material blando, como sacos apilados; al concentrar
su vista vio que se trataba de un enrejado metálico, típico de
ductos de aire en grandes alcantarillas. De pronto una potente luz se
encendió, dejándola encandilada por varios segundos. Cuando pudo
volver a ver con claridad vio parado en el enrejado a su novio con un
gran cuchillo ensangrentado, abriendo la puerta para bajar donde
ella. En ese instante miró sus zapatillas y se enteró que las posas
en que chapoteaba no eran de agua; al ver al frente descubrió con
espanto que la trinchera que cortaba el paso del túnel no estaba
hecha con sacos de arena.