Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, marzo 06, 2013

Secuestro

 

El joven artesano venía recién llegando a la feria artesanal para abrir su puesto y empezar a vender sus productos. Su pálida tez y brillantes ojos azules estaban enmarcados en un oscuro y grueso cabello negro, debido a la mezcla entre su padre de origen aymara y su madre, una turista francesa que decidió quedarse a vivir en el norte de Chile, enamorada del paisaje y del menudo hombre que conquistó su corazón. El muchacho destacaba dentro del grupo de artesanos, aparte de su piel y ojos, por su elevada estatura, varios centímetros por sobre el resto de sus colegas; así, su presencia o ausencia jamás pasaban desapercibidas. El muchacho se había quedado dormido tarde la noche anterior, luego de asistir junto a algunas turistas a una fiesta de playa organizada por una bebida energética, que poco le había ayudado para mantenerse sin sueño durante la madrugada, ni menos para amanecer con energía a la mañana siguiente, así que había despertado más tarde que de costumbre, por lo que esperaba ser el último en abrir puesto esa mañana de verano; sin embargo cuando llegó, la feria estaba aún vacía. De inmediato y sin darle más vueltas al asunto, el joven empezó a buscar en su bolso las llaves para abrir los candados, acomodar sus productos e iniciar las ventas, cuando de pronto un agudo dolor en su nuca lo derribó y le hizo perder la conciencia.

Lentamente el joven empezó a recuperar el conocimiento, en medio de un dolor de cabeza y un mareo insoportables, sólo comparables con sus primeras experiencias con el peyote, droga alucinógena extraída de ciertos cactus de la zona desértica de México, donde había viajado un par de años antes. Estaba en un lugar demasiado iluminado, lo que le impedía reconocer el sitio. Sus ojos intentaban infructuosamente adaptarse para poder ver algo: cada vez que parecía distinguir alguna sombra, la luminosidad parecía aumentar, llegando a ser doloroso mantenerlos abiertos. El joven intentó taparse los ojos con las manos pues sus párpados parecían ser traspasados por la potente luz; en ese instante descubrió que estaba amarrado, como crucificado sobre una especie de camilla. De pronto algo oscuro pareció bloquear por un instante la luz que lo enceguecía, para luego posarse sobre su boca y empezar a aturdirlo lenta y placenteramente en esta ocasión.

Un fuerte y doloroso golpe de su cuerpo contra una superficie metálica despertó al artesano mestizo. El joven estaba ahora en un sitio pequeño y oscuro que se movía para un lado y otro, y que parecía rebotar cada cierto tiempo; luego de escuchar el ruidoso sonido de un motor de fondo, entendió que se encontraba en la parte de atrás de algún vehículo similar a un camión blindado de transporte de valores, o a una suerte de ambulancia algo bizarra. El joven estaba retenido por gruesas correas de cuero atadas a muñecas y tobillos y que estaban fijadas por medio de cadenas a la superficie metálica en que estaba recostado, y que parecía hacer las veces de camilla; iba vestido con ropa que parecía sacada de un pabellón de cirugía, y en su cuello había un paño que lo envolvía y que aparentemente estaba amarrado en su nuca. El lugar estaba extremadamente frío, y si no fuera porque sabía que estaban en enero y a poca distancia del desierto de Atacama, podría haber jurado que estaba lloviendo en el exterior. De pronto el vehículo se detuvo, y algunos segundos después las puertas traseras se abrieron: rápidamente un par de hombres con pasamontañas entraron, le soltaron las ataduras y lo bajaron en andas, sin que pudiera siquiera intentar oponer resistencia. Cuando lo sacaron al exterior, una fuerte lluvia empezó a empapar su delgada vestimenta, sin que ello pareciera preocupar a sus captores, quienes estaban bastante abrigados, y que caminaban aceleradamente con él a cuestas, casi como si no pesara nada. Un par de minutos después, y cuando ya no quedaba lugar seco en su cuerpo, llegaron a una extraña plataforma de madera en medio de esa nada lluviosa.

El joven artesano estaba confundido. No sabía dónde estaba ni cómo había llegado ahí, y tampoco era capaz de comprender qué era lo que estaba sucediendo. La plataforma de madera estaba colocada sobre unos pilotes del mismo material, como de un metro y medio de altura. Al centro de la plataforma, por debajo, parecía haber una gran cantidad de cables que se metían a las entrañas de la tierra, o tal vez salían desde ella; sobre su superficie, varios focos apuntando hacia la periferia dificultaban la visión, hasta que lo subieron por medio de una pequeña escalinata y pasó la línea de luces, donde por fin pudo ver algo que definitivamente hubiera preferido jamás haber visto.

Al centro de la plataforma, justo por encima de los cables que salían o entraban a la tierra, había una especie de computador o servidor de grandes dimensiones, de al menos ocho o diez veces el tamaño de un computador de escritorio normal. De él salían varios paquetes de cables que se distribuían hacia sillas dispuestas con sus respaldos hacia el servidor, que en sus apoya brazos y patas delanteras tenían fijadas sendas ataduras de cuero similares a las del vehículo, y que en cada apoya cabezas parecía tener una especie de enchufe desconocido para él. Las sillas estaban vacías, y todas tenían en sus respaldos signos representativos de distintas etnias autóctonas distribuidas en el territorio chileno. Antes de ser desnudado y sentado a la fuerza en la silla con simbología aymara, el muchacho alcanzó a ver que tras la suya había una silla más pequeña que las otras, ocupada por alguien que parecía un enano y que no emitía palabra alguna. Acto seguido el joven fue atado a la silla de manos y pies, luego de lo cual una madura mujer de poco agraciado rostro y peor expresión se paró delante de él y le sacó el paño que envolvía su cuello, para luego empujar violentamente su cabeza contra la silla, quedando de inmediato conectado al enchufe del apoya cabezas por medio de la conexión que habían colocado en la base de su cráneo un par de días antes en el pabellón quirúrgico, donde había despertado temporalmente. La mujer, sin preocuparse del gemido que emitió el joven, ni de las convulsiones que sufrió durante algunos segundos antes de quedar paralizado, miró hacia la silla pequeña en penumbras y dijo con voz satisfecha:

Llave uno, en su lugar y activada.

1 Comments:

Blogger Javier Maldonado Quiroga said...

Me gusta. Siento que tus cuentos comienzan a volverse más complejos, y eso me agrada. Eso si, un consejo, trata de no desviarte de la historia principal. Por ejemplo, cuando mencionas el peyote no es necesario que des toda una explicación acerca de él, ya que distrae al lector. La idea es que la historia fluya limpiamente,

Saludos, Doc

10:18 a.m.  

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