El viejo
clarividente escribía afanado las frases finales de su trabajo. Luego de
décadas luchando contra sus impulsos, había entendido que no podía ir contra su
esencia, y que debía dejar registro de todo aquello que sabía que estaba por suceder,
pese a lo doloroso que ello pudiera ser. Veinte años estuvo batallando contra
su sino, veinte años en que quiso convencerse que todo era producto de su
imaginación descontrolada, que cada libro que escribía era sólo consecuencia de
la esquizofrenia que alguna vez le diagnosticaron, cuando tuvo la idea de
contarle a uno de los tantos psicólogos que había visto en su vida que la
inspiración para sus novelas venía de voces que le dictaban la trama. Veinte
años le tomó entender que las coincidencias casi no existen, y que decenas de
coincidencias en una misma persona y una tras otra son imposibles. Durante
veinte años fue un exitoso escritor, y siempre creyó que sus ventas eran
debidas a lo entretenido de sus historias; nunca quiso creer ese estúpido rumor
que decía que justo un mes después de lanzado alguno de sus libros, todos los
sucesos relatados en sus páginas se hacían realidad, sin que hubiera nada ni
nadie capaz de revertir esa especie de designio. Tal vez por ello era que tenía
ventas explosivas los primeros veinte días posteriores al lanzamiento, luego de
lo cual descendían bruscamente hasta casi desaparecer.
Esa tarde el viejo
clarividente estaba reposando en su casa. Su mañana había sido bastante
agitada, pues tuvo que ir donde su abogado para dejarle instrucciones acerca de
su último libro. No era frecuente en el medio literario lo que estaba haciendo,
así que quería asegurarse que todo sucediera como debía suceder. Luego de dejar
todo firmado y pagado, se dirigió a su casa para almorzar y seguir trabajando;
si bien era cierto ya le había entregado el trabajo al abogado, igual quería
revisarlo para ver si requería algún cambio de último minuto. Una vez quedó
conforme con su última revisión, apagó su computador y se sentó a reposar.
El abogado estaba
tomando un café en su oficina, cuando recibió la ominosa noticia: su cliente,
el escritor excéntrico, había fallecido la noche anterior producto de un
accidente vascular cerebral masivo. El extra noticioso tenía ribetes casi
místicos, pues en la última novela que había publicado en vida, apenas un mes
atrás, el protagonista, un viejo escritor con dones de clarividencia, moría en
su casa de un infarto cerebral, tal como le había sucedido a su autor. Dejando
de lado las tareas postergables y olvidando el carácter que le daban los
periodistas a la noticia, el abogado sacó de la caja fuerte el sobre que el
escritor le había dejado para seguir sus instrucciones: de inmediato se
comunicó al teléfono de la editorial para hacerles llegar el manuscrito titulado
“Apocalipsis Ancestral”, que debía ser publicado como obra póstuma el 21 de
noviembre de 2012.